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El editorial del domingo —que objeta el pérfido embate del Congreso (ciertamente la “aplanadora uribista” abomina la honestidad) contra la Corte Suprema de Justicia— es tan digno como irónicamente cierto.
Sobre todo cuando dice que tal absurdo “no puede más que suscitar, de parte de la sociedad, un rechazo enérgico y duradero”. Resalto la frase “de parte de la sociedad”, pues cada vez es más pequeña la parte de la sociedad capaz de rechazar enérgica y duraderamente esas ‘avivatadas’ (afines a pretender astutamente bajar el umbral de votos para el referendo, o a tener cuatro años a nuestra nación jugando a los idiotas como hizo el Presidente, con aquello del “sí-me-lanzo-no-me-lanzo”, cuando siempre fue evidente que pasa saliva pensando en varios gobiernitos más).
Recuerdo al leer el editorial una teoría que postula Boaventura de Sousa Santos, eminente sociólogo portugués del derecho. Habla Sousa Santos de dos tipos de conocimiento: conocimiento-regulación y conocimiento-emancipación. Ambos regulan trayectorias entre la ignorancia y el saber. Ahora bien, en el conocimiento-regulación, la ignorancia se denomina “caos” y el “saber”, orden. Así, conocer es ordenar cosas. El ‘maquiavelouribismo’ medra en el caos de la ignorancia. Y además tilda de caos toda opción de nación que desconozca los términos y el orden impositivo de la Seguridad Democrática (prefiero llamarla “Credulidad dedocrática”). Pero hay otro conocimiento, un conocimiento-emancipación marginal y contrahegemónico. Para este conocimiento, la ignorancia, dice Santos, es el colonialismo y el saber, la solidaridad. Colonialismo maligno es aquel que desconoce a otros como iguales, que transforma a los demás en objeto; solidaridad, a la inversa, es valorar a otros y otras como iguales y diferentes. Conocer emancipadoramente implica partir de una situación de colonialismo (con la ayuda de José Obdulio-Rasputín-Montesinos-Gaviria, Álvaro Uribe tiene colonizada e ignorante, perdón, maravillada y delirante, a la gran mayoría de la nación) para llegar a una de solidaridad… ¿democrática?
Sólo la solidaridad democrática puede vencer la seguridad democrática. Pero eso es lo que no tenemos. Necesitamos un liderazgo noble y compartido que aglutine a todos los inconformes. Un acuerdo entre todos los desacuerdos. Pero, reitero, el régimen liquidó cualquier posibilidad de autorregulación ciudadana. Están extraviadas la pluralidad y la flexibilidad. Ello me remite a lo que escribió días atrás Héctor Abad Faciolince: “Lejos estamos del otoño del Patriarca (Uribe); más lejos todavía de su invierno. Ya le pasó la alegre primavera, pero el verano se presenta largo, caliente y seco. Y ahí estaremos viéndolo gritar...”. No nos engañemos, el atontamiento, la complicidad y la lambonería alcanzaron niveles extremos. Uribe tres llega entre vítores de millones de nacionales y el ataque a la Corte es su preludio.
Alfredo Gutiérrez Borrero. Bogotá.
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