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La Feria del Libro

Columnistas elespectador.com

23 de agosto de 2010 - 09:53 p. m.

Se termina una Feria del Libro más. Esta vez mucho más gris que las demás.

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Primero por dejar de ser “internacional”, renunciando a traer un país invitado. Segundo, porque la Feria es cada vez menos un “espacio cultural” y más una vitrina de marketing apresurado. Tercero, por los precios. Cuarto, por la proliferación de literatura “light” en todas sus vertientes. Y quinto, por la influencia de los monstruos corporativos del libro.

Tuve la oportunidad de ir cuatro veces, acompañando a amigos de otras regiones que viajan expresamente a Bogotá para acceder a libros y autores que de otra manera no tienen a su alcance. Su decepción fue inmensa. Es por eso que inquieta tanto leer la entrevista en Semana con el director de la Cámara del Libro y comprobar su extrema falta de autocrítica (lo único que le pareció relevante fue señalar que los pisos se ensuciaban por la lluvia).

En síntesis, más allá de volver a abril, los organizadores de la Feria deberían repensar la “función social” de la lectura y del libro en este país y reconfigurar de raíz este espacio.

Para desintoxicarme, pasaré esta semana como un paseante por las librerías de “libros leídos” y visitaré a algunos viejos amigos de librerías “conceptuales”, donde el libro tiene un lugar más digno que en Corferias.

 Pedro Escudriñez. Bogotá.

Un barco a su medida

La calor era horrorosa, y toda la plaza se moría de la envidia cuando nos vio en paños menores, a las doce de la noche, bañándonos en la fuente con la alegría descarada de un niño. Pero no fue una provocación, ni nadie lo entendió así, porque lo que todos entienden es que esta calor es mala porque está viva, y ataca sin tregua, sin remordimientos, como un enjambre de avispas.

No sé cómo hubo un tiempo en que yo pasaba los días interminables de los veranos cargando paja. La paja pica, y pica más bajo el sol, y cargábamos camiones y movíamos las alpacas como si fueran juguetes del campo. Recuerdo sin nostalgia un verano: el único verano que trabajé para la Capitana. “Tomad y comed como cerdos —decía la Capitana—, porque trabajar, vais a trabajar como burros”. El agua la bebíamos por metros cúbicos mientras trabajábamos, porque entre camión y camión no había descanso: construíamos almiares de alpacas tan colosales y perfectos como pirámides egipcias. Son las cosas que tenemos casi todos. Nos paren con un maletín debajo del brazo, y el maletín no tiene futuro: es una pompa de aire. Y con una pompa de aire hay que trabajar la paja, nene, que sólo es poner bien, en su sitio, mil y pico alpacas diarias. La Capitana no me pagó, porque ella era capitana de un barco hecho a su medida. Tampoco pagó a nadie, para qué.

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Son las cosas que tenemos los cerdos, los burros: nos consuela una fuente bajo la luna llena, porque en todo lo demás hemos caído tan bajo que ni nos pagan, tan bajo que a veces llegamos a tocar el fondo.

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 Rafael Barbero García. Bogotá.

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