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La guerra tiene edad

Columnistas elespectador.com

26 de mayo de 2010 - 09:40 p. m.

Según anotan en la edición del 25-05, “Los aspirantes presidenciales coinciden en mantener la política militar y en reforzar la estrategia de seguridad ciudadana”.

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Sin embargo, algo, muy a fondo, tiene que cambiar para que no se siga sacrificando la juventud, con siniestros de este tipo: en acción de guerra perecieron ayer nueve infantes de Marina, el golpe más cruento a las Fuerzas Armadas desde noviembre de 2009, cuando fueron nueve los militares muertos en Corinto (Cauca). Son 18 familias que lloran la muerte de sus hijos, hermanos y nietos, en una lucha inhumana que se conoce cuándo empezó, pero no se sabe cuándo tendrá fin. Las víctimas son muchachos apenas salidos de la adolescencia, de los estratos más pobres, del campo o de las ciudades, que prestan servicio militar con modestos estipendios para garantizar la libertad y la seguridad a sus compatriotas. Sus victimarios, guerrilleros de las Farc y el Eln, que mueren, aún en mayor proporción, son coetáneos de similar estructura social y económica que, en muchos casos, pueden ser sus vecinos, parientes y amigos.

A quienes tenemos avanzada edad nos golpea con mayor contundencia y más acendrada gratitud el doloroso sacrificio de tantos compatriotas, a quienes les truncaron su vida prematuramente por luchar para hacer posibles los beneficios de que hemos gozado. ¿No les remorderá a Alfonso Cano y a los otros jefes de esa agrupación, algunos dirigiendo desde cómodos refugios en Europa y en los países vecinos, tan inútil sacrificio humano, prolongado a través de tantos años de barbarie, cuando todo indica que jamás tomarán el poder político mediante la lucha armada?

Jorge Arbeláez Manrique.  Pasto.

La fiesta brava

Leí en la edición del pasado lunes 24 de mayo sobre la inconformidad de un lector por la foto de portada en la que se muestra la cornada a un torero español. Me parece un despropósito calificar al diario de amarillista por esta publicación, en donde se refleja claramente (las palabras sobran) que el “arte de la fiesta taurina”, como lo han llamado algunos de sus defensores, tiene de todo menos de fiesta y mucho menos de arte. Allí lo que se aprecia es a un ser desesperado (el toro) defendiéndose de la brutalidad a la que está siendo sometido por seres “humanos con el don de la razón” para satisfacer y divertir una muchedumbre morbosamente amarillista, ávida de sangre, y no siempre la del toro, por que estas desafortunadas situaciones forman parte de la “fiesta taurina”.

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 Óscar Gómez G. Ibagué.

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