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La muerte del poeta Edmundo Perry

Columnistas elespectador.com

22 de enero de 2010 - 10:28 p. m.

Cuando muere un poeta, las palabras son aún más escasas. Es paradójico. Debería ser al revés.

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Deberíamos poder valernos de los versos del poeta y llegar a él, una vez más, sin tener que interponernos en su memoria como intermediarios prescindibles. Pero en esta larga cuesta de los recuerdos también es necesario, en ciertas ocasiones, apoyarse en la prosa para hacer más largo el camino y así aplazar las despedidas.

Quiero lamentar por esta vía la muerte reciente del poeta bogotano Edmundo Perry. Lo evoco en estas aceras frías en las que nos deja, arropados por sus versos sobre “la mesa”. Nos deja el sabor cálido de “Como quien oye llover” y “Uno más uno”, títulos de algunos de sus libros. Recuerdo la última vez que vi a Edmundo en un recital de poesía, creo que fue en la Casa de Poesía Silva hace un par de meses. Ya su voz, que siempre estaba para mí teñida de un encanto de místico medieval o de lector-eterno a lo Macedonio Fernández, o de visitante postrero de la librería Shakespeare and company de París, o simplemente de andariego de las palabras, no sonaba tan vital.

Recuerdo sobre todo nuestras charlas en la Facultad de Ciencias Sociales del Externado, en torno a James Joyce y la ardua y casi imposible lectura de su Ulises. En esas aulas que lo acogieron y lo quisieron en sus últimos años, Edmundo desplegó hidalguía y una buena sobredosis de quijotismo en estos tiempos apresurados de marketing educativo, donde se cuentan por “productos” los pensamientos. En este tiempo sombrío donde reina el orden marcial de las finanzas, Edmundo reflejó en nuestras miradas desconcierto y algo del absurdo que puebla nuestra cotidianidad. Edmundo se paseaba entre nosotros con el aire embriagador de las sombras de Van Gogh.

Sus alumnos lo recuerdan como uno de esos paseantes que luchan con la palabra en la mano y no desfallecen en su gesto sincero y sutil de afecto hacia el saber y la amistad. Quienes pudimos compartir con él un par de versos de Whitman y un par de prosas irlandesas no olvidaremos nunca sus palabras y sus silencios sagrados hacia la literatura. Aún puedo verlo subir penosamente las escaleras no-eléctricas del Externado, en un laberinto que a veces suena a uno de sus poemas, y llegar hasta sus estudiantes, y ver en ellos el gusto de escucharlo. Edmundo les abrió muchas puertas a esos estudiantes que seguramente honran su memoria con sus propias búsquedas.

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Seguramente si Edmundo pudiera, de una forma secreta y misteriosa, leer estas líneas que le entrego en el vacío de su cuerpo, se sorprendería de ver mi nombre. Acaso nunca nos conocimos lo suficiente y de pronto ni siquiera sabía quién era yo. Aun así, a mí me dejó un legado de ideas y versos en prosa por escribir. A todos nos dejó un autorretrato fiel de un poeta.

 Francisco Rengifo. Bogotá.

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