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A propósito del artículo "Las confesiones de los García" (El Espectador, abril 17 de 2010).
Hoy ya no está el señor Carlos Castaño, pero sí está el ex director del DAS. No sé dónde podrá encontrarse, pero donde esté debe estar concertando con un grupo político homogéneo en su causa la próxima lista para acabar con los indeseables revolucionarios o “guerrilleros” de este país.
La lista debe estar encabezada por mis hermanos y yo. ¿Quién más que nosotros podríamos ser unos terroristas en potencia?
Claro, crecimos entre todas las historias contadas desde una mesa y comiendo fríjoles todos los sábados, sin falta, donde mi abuelita Teresa. Este es un almuerzo de carnaval, donde cada uno de los integrantes de la familia se desahoga con lo que tiene atrancado de la semana .Este es nuestro sitio seguro para decir cosas y opinar con libertad.
Es allí donde mi abuela, con toda la delicadeza y dulzura, nos enseña, por ejemplo, cómo hacer explotar una bomba. Sí, una bomba cargada de sabiduría, respeto por el prójimo, sensibilidad y solidaridad, entre historias de batallas y guerras donde la principal arma son las letras, los libros de personas que, como ella, quieren un mundo mejor y más incluyente, donde todos tengamos derechos iguales, donde todos tengamos acceso al estudio, al saber, a comer y a trabajar en un mundo de igualdad.
Es en ese almuerzo donde concertamos y discutimos problemas de pobres, ricos, católicos y ateos. Todo dentro de un respeto profundo por el otro, sin importar los gustos o preferencias de cada ser humano, sino, más bien, el fondo de algún problema que nos desvela en la semana.
Esto nos ha hecho a mis hermanos y a mí susceptibles de ser blanco de los que quieren asesinar a los que hemos nacido en un hogar afortunado, donde sí se aplica la verdadera democracia, donde reconocemos que por muy familia que seamos, somos todos distintos y pensamos todos diferente, pero cada uno de nosotros está comprometido a luchar por un país mucho mejor.
Aquellas bombas de fabricación casera que nos enseñó a hacer mi abuela los sábados en familia las hacemos explotar los lunes en nuestros colegios y universidades, ante nuestros compañeros, que lastimosamente resultan heridos al saber que los sábados nos enriquecemos de saber, del deber ser, de buscar la felicidad, de poder, poquito a poquito, despojarnos de la ignorancia de creer que acumular por acumular objetos materiales no es sinónimo de felicidad.
La verdad sea dicha, lastimamos a nuestros amiguitos de colegio contándoles historias de misterio y terror que oíamos donde mi abuela, por ejemplo, cuántos niños formaban parte de la lista de los huérfanos o los que morían por hambre, o cuántos desplazados había por la violencia de los bandos, los cuales ahora ni nunca supe si estaban bajo las leyes o por fuera de ellas. De todas maneras eso en Colombia viene a ser lo mismo.
Mi hermana Sara Luisa debe ser la más terrorista de los tres nietos de mi abuela. Ella llora cada vez que ve una injusticia, cada vez que hay un niño en la calle despojado de todos los derechos que la Constitución le otorga: el estudio, la seguridad, la salud etc. Ella ha aprendido de mi abuela que la violencia genera más violencia, que el país tiene que cambiar, que TODOS cabemos en él, siempre y cuando cumplamos las leyes y respetemos profundamente la democracia. Esto en el país no existe, o por lo menos no se cumple.
Mi hermano Guillermo no llora como Sara: él es fuerte, inteligente y sabe tenazmente de historia universal; eso también lo aprendió de mi abuela, pues ella lo repite constantemente: el que no conoce la historia está condenado a repetirla. Guillermo, mi hermano, también sabe de historia de luchas y combates griegos y romanos y del Libertador Simón Bolívar. También se sabe la de mi bisabuelo Eduardo, médico del pueblo y para el pueblo, cuya satisfacción de curar y no atesorar lo llevó a gastar lo poco que tenía en remedios para sus pacientes pobres. (Mi bisabuelo sería un perfecto blanco de las balas asesinas si estuviera vivo).
Yo, que soy la tercera en la lista negra y la tercera nieta de mi abuela, que tengo 13 años y ya estoy dentro de las filas del terrorismo de este país, fui entrenada también por ella para combatir, hacer explotar y derrumbar el hambre, el odio y la violencia. Cambiar la forma de hacer política, una política transparente, dirigida por gente honesta e incorrupta, donde haya igualdad y no existan brechas tan grandes entre los colombianos.
Mi tía Anita, hija de mi abuela y médica como mi bisabuelo, está ayudando al terrorismo con su estudio riguroso y haciendo ciencia.
Mi otra tía, Martica, que brinca entre cámaras de video y muchos sueños para armar historias, maneja cámaras de poder, poder para hacer cine…
Mi padre, el hijo mayor de mi abuela: sabio, paciente, tolerante. Siempre está agarrando un arma, el arma del respeto incondicional que nos regala cada día a sus hijos, padres, hermanas y a su esposa. Al profesional intachable, al ciudadano impecable, al ingeniero civil que construye progreso, ese que fue criado por mi abuela en medio de la liberación femenina, la paz, el amor, es un terrorista.
Mi abuelo, Guillermo Hincapié Orozco, otro sabio intelectual, paciente y respetuoso señor, también siempre planeando ataques contra sus nietos, ataques de crucigramas, libros, risas y buena escritura.
Esta familia, y me atrevería a decir que la que viene en camino también, va a continuar y a perfeccionar todas las enseñanzas que nuestra profesora de ética, historia y política nos ha instruido, y es por esto que mis hermanos y yo estaremos inscritos en alguna lista de terroristas y, lo que es peor aún, sabiendo nuestro destino, no vamos a dejar de repetir las enseñanzas de una grande como es mi abuela, que pudo ver la luz en la oscuridad de la caverna.
Sofía Hincapié Vargas. Estudiante, Colegio Alemán, grado 8. Nieta de María Teresa Uribe de Hincapié, mujer que ha pertenecido a la lista de elegidos para ser asesinados, por haber luchado de la mano del “saber” y por haber entregado todos sus años a formar personas desde lo ético y lo estrictamente profesional, a confrontar ideas terroristas y asesinas, vinieran de donde vinieran, fueran de la derecha o la izquierda, de arriba o de abajo, una mujer que dedicó todo su tiempo de lunes a domingo (no incluido el sábado) a estudiar la forma de encontrar un mundo mejor para cada uno de los colombianos. Y por supuesto, de su familia.
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