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La realidad supera la ficción

Columnistas elespectador.com

27 de diciembre de 2008 - 10:00 p. m.

Cuando ves una película de terror, y ves que el personaje víctima se va a quejar ante las autoridades y éstas son cómplices, que su portero está en la trama contra él, que su mejor amigo es también parte del crimen, que su novia, su amiga y amigos, que todo lo que le rodea está en su contra, incluso la naturaleza, te sientes realmente mal pues te identificas con el personaje y sólo descansas cuando termina la película y puedes escapar de la sala, sonreír y decir ah, el guión era bueno, los efectos especiales buenos, la trama fue bien realizada, muy bien la película.

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Pero… ¿y qué pensarías si vives en un país en el cual la policía está no sólo ligada al crimen, sino que hasta te desaparece y presenta luego como guerrillero? ¿Que pensarías de un país en donde el servicio de inteligencia, ese que te da tu pasado judicial, ese que controla tu entrada y salida del país, aquel que tiene todos tus datos personales y los de todo el país, se descubre un día que ha estado blanqueando las hojas de vida de los delincuentes, entregando a los criminales las listas de los sindicalistas que deben ser asesinados, ayudando en citas de narcos y gobierno, desapareciendo personas y creando atentados? ¿Irías a denunciarlo a la policía? Y si esa policía desaparece personas que presenta como guerrilleros después de secuestrar y asesinar tanto a jóvenes como a campesinos, si esa policía es tan corrupta que cualquier infracción se soluciona con un soborno, si esa policía tal vez te perseguirá luego, ¿qué harás? Ah, ya está: el ejército, pero... ¿y si éste tiene claros vínculos con los paramilitares, si han actuado en los asesinatos en compañía, si muchos de ellos son los mismos asesinos con capucha, y si los batallones han sido guarida y centro de operaciones de los paramilitares? Yo creo que podrías denunciarlo a un congresista para que te ayude… ah, pero y si la mayoría del Congreso tiene que ver con paramilitares, lo cual significa que tiene que ver con crímenes, desapariciones, violaciones de los derechos humanos, desplazamientos; claro, entonces te quedan los que no hacen parte de ese grupo; pero éstos están sólo interesados en llegar al poder como sea y tú sólo serás importante si eres una suma de votos en las próximas elecciones. Pero nos quedan varias alternativas, no desesperemos. Vamos a ir a la mismísima Presidencia; allí nos solucionarán algo, allí está alguien por quien se votó para que dirigiera el país hacia el ¿“bien?...

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¿Y si allí te encuentras a un personaje de claros nexos con todos los anteriormente mencionados, con el narcotráfico, en donde los asesores son familia de los mas grandes criminales de la historia del país? Entonces vas donde el Procurador, o a la Fiscalía, ¿o a dónde? ¿Te vas del país? Vale, esa puede ser una salida, pero en esta horrible película o realidad, ya que estamos confundidos, los países a los cuales vayas tienen intereses en tu país, tienen empresas y si bien no encuentras documentos con los que demostrar que lo que pasa en tu país es financiado, acolitado y organizado por esos países a través de lo que ellos llaman ayudas, o apoyos a los países, si encuentras su silencio y ves los beneficios que obtienen. Lo mas triste aún es que esto no es una película, y no terminará en una hora, ni dos, ni podrás abandonar la sala; esta es la realidad colombiana, de la cual haces parte y de la cual eres actor, y no es una película de terror sino de horror, y no les hablo de las relaciones de todos y cada uno de los colombianos, pues este mensaje sólo tiene un objetivo:

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Feliz navidad, feliz año y que estas vacaciones nos sirvan para reflexionar.

Juan Rodríguez. Barranquilla.

La décima de navidad

Unamuno propuso que de las catorce obras de misericordia, la más importante era la quinceava: Despertar al dormido. Parodiando su propuesta sugiero que para la próxima la más importante efemérides de la novena de navidad sea la décima.

La décima de navidad contendría una alabanza a la mujer que disputa con María el reinado de la feminidad. A esa mujer que pare con dolor, que es atractiva sin dejar de ser inteligente, que escribe tanto como habla, que disputa tanto como comprende, en fin, a esa señal femenina que la catolicidad se ha robado bajo el espectro blanquecino y asustador de una mujer que se nos ha vendido a la vez como madre y virgen sin entender ni aceptar alguna de las dos.

La décima de navidad invitaría a cuestionar el papel de un salvador que, se dice y se repite, nació para morir y salvarnos. Paradoja esta que amén de dolorosa resulta aterradora. El cristianismo es la única religión conocida cuyo Dios se hace matar para salvar a sus deudos, de modo que éstos, naciendo todos en pecado original por si hay dudas, nunca podrán subsanar la deuda adicional que les dejó un Dios cuya hazaña épica fue dejar la tierra marcada por señales de sanguinolencia, tortura y muerte.

La décima de navidad debería preguntar por la adolescencia y juventud de ese niño Dios que, en aras de la analfabeta leyenda, nace y decide desaparecerse buena parte de su vida hasta que se topa con su destino moribundo. Ese hombre que Kasantzakis quiso develar en su adultez, debió ser un adolescente y joven cuyas edades han sido ocultadas sospechosamente. Posiblemente para no dejar ver que en ambas edades el Jesús naciente tuvo erecciones, eyaculaciones matutinas, amores furtivos y peleas adolescentes con José, un padre putativo cuyos cuernos quedaron colgados del mismísimo cielo. En fin, un ser humano cuya edad moza aparece oscurecida por las falencias del relato analfabeta que hemos aceptado como costumbre cimera de la época “más feliz” de la catolicidad.

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La décima de navidad convendría que fuera observada en perspectiva. Porque se olvida con sospechosa facilidad que no bien pasadas estas “fiestas”, el ritual catolizado las engarza el siguiente febrero con el recuerdo insoportable de la tortura y entierro sangrientos del que aparece como el salvador de una cultura hispanizada no en vano marcada por las guerras, la sangre, el odio y el imperio de la fuerza por sobre la razón.

Bernardo Congote. Bogotá.

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