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La salud y los informantes

Columnistas elespectador.com

31 de enero de 2010 - 08:12 p. m.

Desoladoras situaciones retratan sus editoriales de la semana pasada, “Innecesaria e inconveniente” (martes 26), sobre los decretos nacidos de la Emergencia Social declarada en diciembre de 2009, y “De las recompensas a las políticas educativas” (jueves 28), concerniente a la propuesta del Presidente de contrarrestar el crimen de Medellín con estudiantes informantes mayores de edad. Ambas ocurrencias del Gobierno marcan un nuevo récord de insensatez en la historia política de Colombia.

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Con la primera, el Ejecutivo quiere, vía Diego Palacio Betancourt, emular y deslustrar la reforma sanitaria emprendida por el gobierno Obama para suministrar protección médica a todos los estadounidenses y organizar los gastos del sistema. Lo que en Estados Unidos lleva meses de reflexiva discusión se resuelve en Colombia de un plumazo que pretende solventar la bancarrota de la salud con la estrategia del gato (tapar para que no huela…); puesto taxímetro a su oficio, los médicos pasarán de actuar según mandatos de Hipócrates a hacerlo con conductas Hipócritas (pues dejarán de recetar lo propio so pena de multas), mientras los pacientes optarán entre arruinarse o morir tratando de curar lupus, cánceres y sidas con aspirina; magia, ¡cobertura total! Donde antes había pocos pacientes medio bien servidos, ahora estarán casi todos muy mal atendidos. Y los dineros ahorrados lucrarán a diligentes intermediarios o cubrirán la nómina de alguna inédita oficina de vigilancia a cargo de algún zar de la salud con enjambres de colaboradores.

Visos más dramáticos reviste la estrategia de los estudiantes informantes (la cual goza dizque de “amplia aceptación” según, entre otros, proclamó Jaime Bayly en televisión traicionado por sus propias simpatías y personales ambiciones): ésta implica erosionar la cordialidad en las comunidades estudiantiles, aniquilar el compañerismo y pervertir los procesos de construcción de conocimiento. El espionaje político pagado en las aulas y sus alrededores entraña la destrucción de la armonía académica —fuera de hacer víctimas de potenciales retaliaciones a los eventuales delatores— e introduce la posibilidad de innumerables falsas acusaciones por dinero entre unos y otros.

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Más extraordinaria todavía, mientras se miente por doquier y la complicidad se compra con recompensas, es la fidelidad de las mayorías a la popularidad presidencial ante medidas que arriesgan su propia salud y aun las vidas de sus hijas e hijos.

Han sido siete años maravillosos para la economía, sobre todo la del pensamiento. Casi nadie volvió a usarlo.

 Alfredo Gutiérrez Borrero. Bogotá.

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