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La unificación alemana

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Columnistas elespectador.com
18 de noviembre de 2009 - 02:51 a. m.
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Me alegra que el tema de la unificación alemana y sus consecuencias económicas hayan preocupado a Alberto Carrasquilla.

Tiene toda la razón en resaltar la brecha entre las expectativas, incluso las promesas eufóricas del año 1990 y la amarga realidad 20 años después. Sin embargo, no todo es color gris. Las cuantiosas transferencias del Occidente al Oriente no constituyen un despilfarro completo como él sugiere. Gracias a ellas, hoy en día la ex Alemania Oriental disfruta de una de las mejores infraestructuras en toda Europa. El estándar de vida es mucho mejor comparado con cualquier otro país del ex bloque soviético. Importantes empresas nacionales e internacionales han invertido en la región, reduciendo el alto nivel de desempleo al principio de los años 90. La transformación radical después de 1990 ha ayudado a modernizar la economía oriental, preparándola para los desafíos de la globalización.

No es cierta la afirmación de Carrasquilla de que todos los aspectos del Estado de bienestar de Alemania Federal llegaron a Alemania Oriental. Son precisamente estas diferencias, como en el nivel salarial o en los impuestos corporativos, las que definen a Alemania Oriental como un lugar atractivo para inversiones en el presente y el futuro. Es bueno corregir la imagen demasiada positiva del proceso de la unificación alemana, pero hay que tener mucho cuidado con las generalizaciones simplistas.

 Ralf J. Leiteritz. Bogotá.

Guerra entre hermanos

La premisa mayor del que debe ser razonamiento de colombianos y venezolanos de verdad, es la de que “ni Uribe es Colombia, ni Chávez es Venezuela”; o, en otras palabras, nuestras patrias son algo verdaderamente grande, respetable y noble, para rebajarlas a la condición de simples “partes” de dos ambiciosos ególatras que sólo miran por el desproporcionado y morboso concepto que tienen de sí mismos. Ni colombianos ni venezolanos podemos dejarnos enredar por la maraña megalomaniaca del discurso del chafarote que se cree reencarnación de Bolívar (la semejanza es idéntica a la que hay entre dos gotas de agua: una del río Bogotá y otra del manantial que nace en una montaña) y el del dueño del Ubérrimo, que se cree encarnación de Rafael Núñez (estos sí con muchas similitudes: liberales convertidos en conservadores; reelegidos varias veces; camanduleros de misa y comunión, etc.). Estos dos pueblos (hermanos siameses con 2.600 kilómetros de frontera) no sucumbirán bajo las veleidosas personalidades de quienes, en mala hora, los gobiernan.

 Medardo Bonilla Rubio. Bogotá. 

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