El espantoso terremoto de Haití no respetó investidura ni pinta de ninguna clase y dejó claro que también a los poderosos les tocan las tragedias, por lo cual no hay que estar excluyendo a las mayorías desamparadas.
Más de cien mil muertos y tres millones de damnificados, el terremoto tuvo una potencia 35 veces superior a la bomba atómica de Hiroshima, lo que posiblemente no se había visto nunca en América Latina.
Aunque se trata de uno de los países más pobres del mundo, con nueve millones de habitantes y el 85 % sumidos en la miseria, también cayeron el Palacio de Gobierno, varios ministerios, la sede de la ONU, y el Hotel Le Montana, uno de los más exclusivos para los ricos de Puerto Príncipe, su capital, y de los turistas extranjeros.
Había que ver lo compungidos que estaban el premio Nobel de la “Paz”, el presidente Obama, el santo Papa, el presidente francés, el Secretario General de la ONU, todos muertos de dolor mientras prometían ayuda solidaria a los dolientes y damnificados, y Colombia, claro está, no se podía quedar atrás en este desfile de la caridad, para lo cual pone a disposición de terceros países sus bases militares para recibir no aviones cargados con tecnología de guerra de los Estados Unidos, sino llenos de comida, ropa y medicinas de todas las naciones poderosas del mundo. El imperio del Norte, tan cercano toda la vida al país del desastre, pone ahora el grito en el cielo, sin recordar su olvido sempiterno en que lo tuvo siempre.
Pero una de las cosas más impresionantes, fuera del tremendo drama humano, es ver cómo actúan los noticieros de televisión quemando pantalla con la tragedia de la gente, mostrando las imágenes más crudas del sacrificio sin contemplaciones, repitiendo hasta el cansancio con cinismo, sadismo, masoquismo, el terrible dolor ajeno, hasta el punto de ofender los sentimientos de piedad y consideración del ser humano, con el manejo noticioso de crónica roja y sensacionalismo sangriento.
Y cabe preguntar, qué tiene que ver este terremoto con tsunamis anteriores, con inundaciones y sequías, con el deshielo de los nevados, con la contaminación del agua, del suelo, del aire, en fin, con el deterioro de las condiciones de vida, de los pueblos, de la fauna y la flora, debidos al recalentamiento global Porque si se comprueba que existen relaciones entre estos fenómenos, los países altamente desarrollados serían los principales responsables de la tragedia, ya que el 85% del impacto del calentamiento global lo recibirían los países más pobres, que son precisamente los que menos contribuyen con las emisiones de carbono y los más afectados por el desastre ecológico. A este ritmo y con estas tragedias tan terribles, el paso de la humanidad por la tierra tiene sus días contados.
Tiberio Gutiérrez. Medellín
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