Si los resultados de la segunda vuelta son similares a los de la votación de este domingo, los colombianos perderemos la oportunidad de elegir a un presidente inteligente, capaz y honesto.
En los últimos 50 años no recuerdo que hayamos tenido uno que reúna esas tres características. A algunos de ello les faltaban todas. Pero como van las cosas , los colombianos van a decidir mantener las ejecutorias del régimen más largo y corrupto de la historia colombiana reciente. No han bastado la ingente cantidad de escándalos en las altas esferas del gobierno, el manejo torpe de las relaciones internacionales, el incumplimiento de las promesas electorales, el enriquecimiento de sus familiares y protectores, la inacción (¿o estímulo?) a la actividad expoliadora de los palmicultores, la defensa de delincuentes, la persecución a la Corte, la compra de votos para conseguir una reelección espuria. El régimen se ha paseado impunemente por el Código Penal y el electorado colombiano lo castiga eligiendo, probablemente, a quien continuará con esa labor depredadora. ¿Será que es cierto aquello de que los pueblos tienen los gobiernos que se les asemejan?
Diego Hoyos. Medellín.
Bogotá y su aeropuerto
Es una vergüenza desmitificar nuestras raíces. El Dorado es la imagen de nuestro país en el exterior. Y pensar que ociosos políticos, en descarado contubernio con despistados magistrados, pretenden hoy borrar de un plumazo una legendaria historia. Es increíble la forma de pensar de estos “próceres”, a los que lo único que los mueve son sus mezquinos intereses.
México, Guatemala, Venezuela, Perú y Ecuador se disputan el derecho a ser reconocidos como la cuna de la leyenda de El Dorado, mientras Colombia, el único reconocido como su fiel protagonista, se da el lujo de arrebatarlo de la principal vitrina que tenemos para enaltecerlo y divulgarlo.
Solamente a un ignorante de nuestra Historia Patria podría ocurrírsele cambiar el nombre e imagen de 500 años —además, representativo de nuestra cultura y tradición— por el de un personaje que ya ocupa con su nombre cientos de sitios y monumentos a lo largo y ancho de este país.
Recuerdo con nostalgia cuando a nuestro bello teatro Colombia le trocaron este simbólico título por el de un político. ¡Qué pesar!
Fernando Noriega Alvarado. Bogotá.
Envíe sus cartas a lector@elespectador.com.