Aun cuando fueran perfectos, ninguna ley ni decreto servirá para proteger los derechos del paciente, pues su defensa depende de que el médico se sostenga en su concepto técnico.
Pero las EPS tienen el poder de quitarle la licencia de trabajo al médico o a la clínica que las desafíen. Ni la Constitución ni la ley les ha dado ese poder. Ellas se lo han tomado y lo ejercen porque tampoco nadie se lo ha cuestionado ante la Constitución ni la ley.
Cuando el Estado certifica a las instituciones y profesionales con un debido proceso, les da a todos el mismo derecho a prestarle sus servicios al público. Las EPS sólo les reconocen ese derecho a quienes se someten a sus condiciones mediante un “contrato de prestación de servicios”. Pero el médico sigue atendiendo al paciente como trabajador independiente, no trabajando para la aseguradora como empleado. Y el médico y la clínica que lo apoyen pierden ese derecho en el momento en que incomoden a la aseguradora.
Los decretos recientes han suscitado escándalos por las multas con que amenazan al médico, cuando el castigo que se les viene aplicando hace años es peor: la pérdida de su derecho al trabajo. Las aseguradoras, sin el debido proceso, le pueden imponer al médico la mayor pena que le podría dar la Corte Suprema tras un debido proceso. ¿Quién se atreverá a desafiarla ante la justicia?
Gonzalo Martínez. Bogotá.
Sobre Ciudad Juárez
El editorial del lunes 22 de febrero es inactual: la violencia en Ciudad Juárez —no sobra nunca recordar que es la ciudad más peligrosa del mundo (y el mundo en general es cada vez más hostil)— siempre debería cuestionar nuestras propias vidas. Me parece que aparte de lo analizado por el editorial, es necesario, no obstante, ventilar otro tema indeleble a Ciudad Juárez (y en parte a Colombia): la manera como la violencia ha permeado hasta el más mínimo espacio cotidiano de los habitantes. Esa idea ha llegado a mí por una vía literaria (que sospecho que algunos invalidarán a la ligera), pues justo en estos días estoy leyendo la novela de Roberto Bolaño, 2666, que tiene su epicentro en el alma humana más “podrida”, en palabras del mismo Bolaño: Ciudad Juárez (en el Festival de Teatro de Bogotá se presentará una adaptación de esa novela inconmensurable).
¿Será un consuelo para los colombianos pensar que hay otros que están peor que nosotros?
Liz Espinoza. Fusagasugá.
Envíe sus cartas a lector@elespectador.com.