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Un tarde de 2001 estaba en la Universidad de Los Andes en Bogotá donde trabajaba como profesor de Matemáticas.
Me buscaron para decirme que tenía una llamada de Mario Uribe. Me extrañó, pues Mario Uribe no era, no ha sido ni es mi amigo. Lo he saludado cuando en las muy pocas oportunidades en la vida nos hemos cruzado en el camino. Mario Uribe me preguntó “si yo tenía un problema en Medellín”. Le dije que no era consciente de problema alguno. Entonces me dijo que estaba abordando un avión para viajar a Montería, que me llamaba tan pronto aterrizara. Así lo hizo. Me dijo entonces que “había una gente en Medellín que me quería hacer daño, que evitara ir allá o que tuviera mucho cuidado”. Quedamos de hablar cuando yo fuera.
Al otro día me enteré por las noticias que Uribe se había caído de un caballo en su finca, que estaba en situación crítica. Afortunadamente se recuperó y cuando iba a viajar lo llamé y me dijo que fuera a verlo a su apartamento. Me dio la dirección y allí llegué. Él estaba con un grupo de personas que yo no conocía, con la excepción de un señor que había estudiado en mi colegio. Mario Uribe tenía un cuello ortopédico. Me senté y durante un rato escuché lo que decían y no recuerdo nada de la conversación, entendía que era una visita de amigos. Al rato me dijo que fuéramos a su estudio a conversar solos.
En su estudio me contó la historia. Señaló que tenía información de que un grupo me quería hacer daño, matarme. Me contó que “habían hecho un seguimiento a mi carro blindado blanco y que tenían interceptados mis correos, enviados desde nuestra sede política”. Una observación pertinente: en el año 2000 yo había sido candidato a la alcaldía de la ciudad por nuestro movimiento Compromiso Ciudadano, con una campaña novedosa que llamó poderosamente la atención. Continúo. Yo lo escuché y le dije que me parecía muy extraño, porque yo no tenía carro blindado, de hecho no tenía carro y nuestra campaña era en taxi y a pie, además yo no usaba ningún correo de la campaña, pues solamente utilizaba el de profesor en la universidad. Él me dijo que era muy extraño, y por supuesto asentí. Me preguntó que “si quería tratar de aclarar con ellos la situación”, le respondí que no tenía nada que aclarar ni mucho menos reunirme con nadie. Nunca le pregunté sobre quiénes querían atentar contra mí, ni él me dijo algo al respecto. Le agradecí y le dije que podía repetir lo que le había dicho. Me despedí. Nunca más volví a reunirme con él, nunca me volvió a llamar y siempre ha sido nuestro rival político en todas las elecciones, incluyendo la del año 2000.
No puedo afirmar que él se haya reunido con persona alguna para tratar este tema. Comenté este incidente con muy pocas personas. Nunca nadie me ha amenazado y siempre he caminado por las calles de Medellín y Colombia con total tranquilidad. A lo mejor, me salvó la vida.
Sergio Fajardo. Octubre 7 de 2010. Medellín.
