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Noviembre en sus espectros

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Columnistas elespectador.com
09 de noviembre de 2010 - 02:53 a. m.
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La primera semana de noviembre es el mes más fantasmagórico del año en Colombia. Todos recordamos el Palacio de Justicia y Armero.

Los dos acontecimientos tienen algo en común: los políticos (aparte de algunas honrosas excepciones como la del Alcalde de Armero) detrás de sus relucientes escritorios decidieron la suerte de los civiles inermes, consumidos por las llamas y los ríos de indiferencia. Unos y otros vieron elevarse las cenizas de Armero y del Palacio de Justicia, sin dejar de jugar billar en un burdel de Ibagué o de leer Los sueños de Luciano Pulgar de Marco Fidel Suárez tomando mazamorra de Amagá con galletas griegas.

Carlos Vega, en un sesudo y magistral texto —revista Semana del 7 de noviembre de este año—, nos explica por qué el drama de Armero fue más político que natural: “La actitud indiferente y poco consciente del Ministro de Minas, del gobernador del Tolima, del Ministro de Obras y de la Presidencia frente a la contundencia científica simplemente confirmaba la advertencia del Manual de la ONU sobre que son los políticos el mayor riesgo en caso de erupción”. Yo agregaría: “en caso de erupción” o “putsch militar”. Si Betancur hubiera tenido el coraje y la firmeza de un Adolfo Suárez, jefe del gobierno español, quien hizo frente al putsch en 1981 (ver la novela de Javier Cercas Anatomía de un instante), nos hubiéramos ahorrado no sólo la injusticia del Palacio sino, quizá, en buena parte, la guerra sucia que continuó después. En el caso del Palacio de Justicia, la indecisión y el miedo de Betancur frente a los militares lo llevaron a colgarle el teléfono y la vida al doctor Reyes Echandía y el resto de víctimas del Palacio. El Espectador también recordó una declaración solapada de Belisario Betancur: “tuve conocimiento de que había numerosos desaparecidos”. Y en un completo informe, Semana analiza todos los vacíos y contradicciones de los relatos sobre el Palacio. Los dos casos, Armero y el Palacio de Justicia, muestran dos caras de la misma devaluada moneda de la colombianidad: los políticos se esconden detrás de su vergüenza e irresponsabilidad.

Cada noviembre peregrinamos a estos dos lugares y tratamos de entender ciertas cosas. Mis recuerdos de infancia se revuelven y sólo veo imágenes incandescentes. Veo a mi mamá tratando de entender las llamas del Palacio y a mis abuelos empacando ropa para donar a los damnificados de Armero. Sin embargo, estos dos acontecimientos han quedado marcados en mi memoria por la obra de teatro de Miguel Torres y el Teatro El Local La siempreviva (recién reeditada en estos días por la editorial Tragaluz) y la película de Luis Ospina, Soplo de vida. Allí sobreviven las vidas mínimas de “tantos incontables”.

 

 Pompilio Téllez. Cajamarca.

 

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