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El tema de la identidad nacional está de moda y no sólo en América Latina por la ola de celebraciones ligadas el Bicentenario de las independencias. También se ve un furor de nacionalismos en Francia y en Estados Unidos: en los dos casos se trata de campañas lideradas por los sectores más conservadores y retardatarios de esas sociedades.
En cuanto a Colombia, la “colombianidad” se agita por todas partes. Y hablando de definiciones, me llamó la atención la que sugiere el columnista López de Mesa en su artículo del sábado 20 de febrero en El Espectador. Más allá de la ligereza con que López de Mesa trata a Borges y a lo borgiano, quiero destacar la propuesta del columnista. Para López de Mesa el colombiano es ante todo un “reproductor”. Según él, el colombiano es: “Un repetidor de gestos, palabras, actitudes y pensamientos de otros. Siempre lo ha hecho”. Su descripción invita a la polémica. No comparto su idea, algo populista, de aferrarse a una supuesta “criollización” que se enfrente a lo foráneo. Si de definiciones se trata, prefiero ser un reproductor y no un chovinista. Yo uniría su columna a la portada de la revista Semana del sábado 13 de febrero: “Colombia, un país de delfines” y podría “reproducir” un collage que se repite una y otra vez: los que gobiernan el país siempre son casi los mismos (apellidos), y los que escriben en la prensa, siempre son casi los mismos (apellidos). Eso también debería dejarnos cosas para pensar.
Recuerdo en esta hora tardía un excelente libro del historiador francés (lamento lo foráneo de la cita) Frédéric Martínez (al menos su apellido suena a criollo) titulado El nacionalismo cosmopolita, donde se estudia la relación de las élites, es decir de los delfines, con lo que ellos creen llamar lo “criollo” y al mismo tiempo su relación con lo “foráneo”.
Creo que ser colombiano es: “Ser delfín o no ser”. Es todo lo contrario a lo soñado por Bolívar, quien quiso ir en contra de las rancias aristocracias criollas y tuvo que despedirse de sus ideales en un champán desvencijado agonizante por el río Magdalena (como lo retrata magistralmente García Márquez). Un Bolívar que en sus últimos días sólo tenía una camisa prestada. Prestada además por un extranjero. Un Bolívar que vino a morir en una quinta ofrecida por otro extranjero, y además chapetón.
Recuerdo también que hace unos años la revista Semana eligió al mejor colombiano de la historia. El ganador fue Nariño. Ese que pasó la mitad de su vida en cárceles por defender una idea de libertad. Ese que fue juzgado por “apátrida”, ese gran “afrancesado”, estudioso y traductor de los Derechos Humanos. Por eso, yo, por mi parte, veo más bien al colombiano como un “impostor”.
Rafael Godoy. Santa Rosa de Osos.
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