Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.

¿Qué vamos a celebrar?

Columnistas elespectador.com

01 de julio de 2010 - 08:55 p. m.

 Hace doscientos años en  América Latina  se estaba generando una tormenta político-militar contra el dominio europeo de incalculables consecuencias.

PUBLICIDAD

Desde  México, hasta la tierra del fuego en Chile, pasando por Centroamérica y la Nueva Granada, es decir todo el continente iberoamericano que tenía unas mismas raíces históricas, un mismo modelo hacendatario y minero de explotación económica al servicio de las coronas española y portuguesa, con similares condiciones sociales, políticas y culturales desarrolladas en  toda esa inmensa geografía continental, de manera repentina se convirtió en  tierra fértil, donde  germinaron las ideas revolucionarias que agitaban en esos momentos la Revolución Francesa. Los  bisnietos de los aventureros, soldados y conquistadores que habían llegado tres siglos atrás en busca de fortuna, ahora eran dueños de gigantescas extensiones de tierra arrebatadas a los nativos, lo mismo que de las minas y  la mano de obra esclava traída de manera ignominiosa del África. Manejaban el limitado comercio interior y exterior y lo único que les faltaba para su dominio total, era coger las riendas del Estado Colonial (que se administraba desde la metrópoli), para su propio beneficio. Con el beneplácito de la Iglesia Católica que también se había beneficiado durante tres centurias del proyecto de conquista y dominación colonial, los encomenderos habían logrado estructurar unas relaciones económicas, políticas y militares de carácter feudal de explotación y opresión totalmente excluyentes, apareadas de profundas desigualdades sociales y culturales, sin acceso a la salud y a la educación para la servidumbre y los esclavos quienes constituían las grandes mayorías de la población.

 Todos los puños de los criollos del continente se unieron como un solo hombre para expulsar a los ejércitos del rey, (símbolo del poder europeo que otrora veneraron sus abuelos) única forma de ellos poder convertirse en las élites dominantes de los nuevos  países que surgieron de ese proceso, libertario para los de arriba, pero de subyugación para la mayoría de siervos y esclavos.

Read more!

Dos siglos después, las restricciones de una cultura de la no participación continuaron soportadas en unas relaciones amo-esclavo o patrón-peón, es decir una cultura política excluyente, donde las desigualdades sociales se ensancharon, los privilegios de unos pocos se perpetuaron al igual que la falta de oportunidades para todos. La estructura económica y la tenencia de la tierra sigue en pocas manos y el estado se subordina a los intereses de las mismas élites, asociadas ahora con grupos emergentes. ¿Y el país?  Atrapado en un modelo al servicio de los arriba  pero incapaz de gestionar los intereses de las mayorías.

 Miguel Ángel Tovar, Bogotá.

Envíe sus cartas a lector@elespectador.com

Conoce más

Temas recomendados:

Ver todas las noticias
Read more!
Read more!
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.