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Réquiem por el “Primer hombre”

Un 4 de enero de 1960 desaparecía en un accidente automovilístico, cerca del pueblo de Sens, en Francia, el escritor francés (de origen argelino) Albert Camus.

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Alberto Bejarano
02 de enero de 2010 - 08:59 p. m.
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Antiguo arquero del Racing universitario de Argelia, periodista, “intelectual” (son famosas sus polémicas con Sartre), resistente durante la ocupación nazi y, finalmente, Premio Nobel de Literatura en 1957. Su obra, que comprende dos tomos en la Pleiade, abarca el cuento, la novela, el teatro (incluyendo la adaptación de obras de Dostoievski y Faulkner), el ensayo y las “memorias” (El primer hombre, que recoge su última novela inacabada).

Nacido en 1913 en Mondovi (actual Argelia), Camus forja con la paciencia de un artesano agonizante una obra que, impronta indeleble del siglo XX, transcurre en medio de la Guerra Civil Española (Camus será siempre un ferviente partidario de la República española), la Segunda Guerra Mundial y la Guerra de descolonización en Argelia. Una obra que, marcada por los debates existencialistas y revolucionarios de la época, debe abrirse camino en medio de muchas rivalidades y polémicas políticas. A Camus se le reprocha en su momento, por ejemplo, no manifestarse públicamente a favor de la independencia de Argelia y no apoyar “totalitariamente” el estalinismo soviético, reinante en buena parte de Europa y del “universo de izquierdas en el mundo”. Hoy, cincuenta años después de su muerte, esas críticas honran aún más su nombre. Camus fue un antiestalinista anticipado.

Es inevitable preguntarse, por ejemplo, que escribiría hoy Camus sobre el “delito de solidaridad” creado este año en Francia para prohibir, entre otras cosas, regalarle un minuto de celular a un indocumentado, so pena de ir a prisión. Leer o releer las novelas clásicas de Camus en contra de la pena de muerte (tanto sus novelas como sus ensayos y en especial El extranjero) y ver los combates de cientos de detenidos —en su mayoría afroamericanos y muchos de ellos inocentes, en los corredores de la muerte de las cárceles de Estados Unidos—, nos permite ampliar nuestras miradas sobre el abatido mundo contemporáneo.

En este contexto adquiere aún más actualidad una de las últimas entrevistas de Camus, hecha por estudiantes argelinos el 14 de diciembre de 1959, apenas tres semanas antes de su fatal accidente. A la pregunta, “¿es usted un intelectual de izquierda?”, Camus respondió: “No estoy seguro de ser un intelectual. En cuanto al resto, estoy a favor de la izquierda, a pesar de mí mismo y a pesar de ella”. Quien tenga oídos que oiga…

Camus fue un hombre que vivió en medio de las tormentas de su siglo y no buscó una moral “heroica” en los campos de batalla, ya que según él: “La poca moral que tengo la aprendí en las canchas de fútbol y en los escenarios teatrales, que serán siempre mis verdaderas universidades”. Palabras de un Camus que a pesar de todo y a pesar de él mismo, había estudiado filosofía (su tesis fue metafísica cristiana y neoplatonismo. Plotino y San Agustín) y se hubiera podido “contentar” con ser un profesor o un intelectual como Sartre. Pero, como ocurre a veces con ciertos Bartlebys, la literatura decidió otra cosa. Y el resto de la historia de Camus es literatura…

Quisiera agregar que la influencia de Camus se hace sentir incluso en una adolescente embarazada de Latinoamérica que, muchos años después de la muerte de Camus, al leer El mito de Sísifo se debate entre la vida y el suicidio (de ella o de su hijo), como en un cuento de Kafka —o quizá del último Borges—. Allí esta presente el fantasma de Camus cuando al fin esa nueva-madre se decide a tener a su hijo, por una cierta esperanza llamada el “absurdo-de-la-existencia”, y lo bautiza Alberto, en honor al escritor llamado hoy “el último de los justos” o simplemente “el primer hombre”.

Por Alberto Bejarano

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