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Carolina Sanín, columnista dominical de este periódico, es una muestra refrescante de algo que a los del “tercer piso” nos duele aceptar: que, en general, las nuevas generaciones superan a las anteriores.
Su artículo advirtiendo sobre los pros y contras de Mockus dice bien de la ponderación que caracteriza sus columnas, haciéndole bien al oficio de profesora que dice ejercer (“¿Del zurriago a la palmeta?”, El Espectador, 2010-04-25).
Cabe, de una parte, glosar negativamente su afirmación refiriéndose a la presunta fe de Mockus en el proyecto de la Ilustración, “... en la estela de cuyo fracaso vivimos los latinoamericanos”, escribe ella. En esta parte del debate presidencial, que supera con creces el de los constantes rifirrafes del partido de gobierno, Mockus acierta y Sanín se equivoca. Simplemente porque la Latinoamérica catolizada, Colombia entre las más, no tuvo Ilustración, de modo que no puede haber fracasado un modelo inexistente. No es este el espacio para entrar a fondo en el asunto. Sin embargo, baste para resaltar que en este campo, recuperar algo del terreno nunca abonado de la Ilustración, por ejemplo en la educación castrada de catolicidad, sería ello sólo un triunfo profundo del posible gobierno verde.
Pero a Sanín se le puede glosar positivamente su advertencia sobre el “autoritarismo democrático” de Mockus que pondría en duda su lema de “legalidad democrática”. En primer lugar, acierta ella porque sería iluso pretender que una Nación castrada por el autoritarismo confesional del Vaticano, debajo de cuyas sotanas eligió y sostuvo mayoritariamente durante ocho años al dueño del Ubérrimo en la Casa de Nariño y a sus congéneres del Opus Dei, en un abrir y cerrar de ojos las mayorías se hayan pasado a navegar en las aguas de los demócratas ilustrados. Acierta ella también porque los enredos confesionales catolizados de Mockus son evidentes en su insoluble dilema que confunde la Responsabilidad (civilista) con la Culpabilidad (catolizada). En este aspecto se ha desvelado en el pasado debate de Caracol su concepción autoritaria del ejercicio del poder al responderle a Hernando Gómez Buendía que para negociar con las Farc no ofrecerá “nada...¡nada!”. ¿Más de lo mismo?
Bernardo Congote. Bogotá.
La revista Ellas
Qué buen trabajo realizó su grupo de colaboradores en esta revista tan amena de leer. Gracias por pensar en nosotras las mujeres. Ojalá pudiese aparecer cada 15 días. Todos los temas abordados son de gran interés. ¡Felicitaciones!
Me siento muy contenta de haberla adquirido y a muy buen precio.
Esilda Angulo. Barranquilla.
Autoridad o violencia
Es evidente el proceso de degradación que ha sufrido el conflicto en el interior de los grupos de delincuentes armados que operan en el país. Las facciones narco-guerrilleras y narco-paramilitares en sí mismas se han descompuesto, pues la forma de manifestarse transgredió todos los límites humanitarios y las convirtió en algo perverso y anómalo. Su situación no solamente se ha degenerado por la violencia de las acciones terroristas, sino que el conflicto como tal se ha degradado porque el contexto en que se da esa violencia es humanamente pervertido, es sólo violencia nada más, sin perspectivas de lucha y sin orientación firme e inequívoca para lograr los fines políticos que supuestamente pretenden con la confrontación armada.
La violencia sola, por sí misma, es reformista de bajo perfil y no es revolucionaria de las costumbres de los pueblos que la soportan. Generalmente, lo que así se logra tiene la fragilidad de ser obtenido como fruto de la violencia desbordada que difícilmente colma alguna aspiración. Su práctica reiterada puede cambiar un régimen establecido, pero el cambio más probable originará un sistema más violento. El poder y la violencia se contraponen: el primero precisa del respaldo mayoritario de la población, mientras que la segunda se basa en su armamento. Razón por la cual las armas pueden destruir el poder, pero nunca podrán crearlo.
El dominio de la violencia aparece cuando hay vacío de poder, porque cuando uno domina el otro falta. Es un error pensar que lo opuesto de la violencia es la no violencia, pues lo opuesto de la violencia es el poder. Hablar de poder no violento es una redundancia: cuando el poder se hace presente mediante el uso de las armas, nos encontramos frente al ejercicio de la autoridad que es, precisamente, lo contrario a la práctica de la violencia. De la lucha salen vencedores y vencidos, pero la victoria del poder se fundamenta en la opinión favorable de los ciudadanos, mientras el triunfo de la violencia es efímero, se cuenta sobre el número de víctimas y el poder no se puede ejercer sobre personas muertas. Por tal razón, la manifestación de la voluntad popular contra fuerzas ajenas a su cultura puede engendrar un poder irresistible, incluso si la autoridad renuncia a la utilización de las armas.
Pero si ese poder legítimamente constituido se ejerce por funcionarios del gobierno en contra de la cultura popular y del Estado de derecho, al ejecutar “falsos positivos”; al “chuzar”, desacreditar y amedrentar a ciudadanos honestos; al invadir esferas de las Ramas Legislativa y Jurisdiccional; al romper los pesos y contrapesos de la democracia; al actuar indebidamente en política; al ejecutar acciones militares en territorio de un país vecino; y al señalar y descalificar a periodistas y sindicalistas por ser opositores del gobierno poniendo en peligro su vida, su tranquilidad y su trabajo, nos encontramos, por decir lo menos, frente al abuso del poder y al autoritarismo que es pura violencia en su forma más refinada y tenebrosa. Razones de más a la violación de los derechos humanos, por la cual el Congreso de los Estados Unidos no aprueba el TLC con Colombia.
Jaime Borrero Rengifo. Bogotá.
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