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Leticia-Tabatinga, puertas de entrada al trapecio amazónico, no están atiborradas de peligros naturales y enfermedades tropicales, a pesar de estar a la vera del imponente río Amazonas...
Leticia-Tabatinga, puertas de entrada al trapecio amazónico, no están atiborradas de peligros naturales y enfermedades tropicales, a pesar de estar a la vera del imponente río Amazonas, pero sí de historias por el exterminio de poblaciones nativas, por recuerdos del comercio infame de la quina y principalmente el caucho, imaginarios de mitos compartidos de tres fronteras comunes, lugares para ser visibilizados universalmente.
Colombia tiene 116 kilómetros sobre el río Amazonas, menos que Perú y muchísimo menos que Brasil. Este recorrido se hace en ocho horas, visitando varias islitas y parques naturales, viendo delfines rosados si se tiene suerte, y río arriba, sobre el Loretoyacu, se llega al segundo municipio de ese departamento: Puerto Nariño. El departamento no tiene carreteras, sus vías de comunicación son únicamente fluviales y con poca producción industrial, casi todo se trae de fuera, lo cual genera incrementos de precios de bienes y servicios.
Las tres ciudades claves para entender esta vasta región son Iquitos en Perú, Leticia en Colombia y Manaos en Brasil. Entre ellas existen más de 2.000 kilómetros. En la memoria del río está la presencia de Orellana y Teixeira. Sin embargo, para la historia económica de la región actualmente Manaos, con su zona franca, genera mejores oportunidades de crecimiento y desarrollo que las otras, incluso está postulada como sede del próximo mundial de fútbol.
El Estado colombiano ha mejorado su presencia en la Amazonia, eso sí, mucho después de que perdimos territorio con Perú y también con Brasil. El centralismo y la autonomía regional se tornan contradictorios. Aunque la verdadera inserción de estas regiones a sus centros es lejana, existen muchos potenciales de desarrollo. Un gran puerto internacional hace falta, pensando incluso en los períodos de sequías del gran río.
Guillermo de la Hoz. Bogotá.
Precisiones homofóbicas
Todavía hoy persiste la creencia de que los homosexuales son unos depravados, que en el mejor de los casos deberían ser recluidos en algún centro psiquiátrico, y que en ningún caso deberían dejárseles acercar a los niños. De aquí, por ejemplo, que recientemente algunos medios hayan decidido resaltar la homosexualidad de los profesores del colegio El Escorial, a quienes se les acusa de haber abusado de unos menores, como si la orientación sexual fuera información relevante. ¿Por qué no aclaran que recientemente un padre heterosexual violó a su hija o que un militar heterosexual hizo lo mismo con otra pequeña? Al parecer, esa precisión sí sobra.
Pedro Jiménez. Bogotá.
