Avanza la rifa de puestos en las listas para Congreso. Y crece, de paso, la sensación de que estamos viviendo un espectáculo circense propio de un país que se autodenomina el “más feliz del planeta”, muy posiblemente porque somos expertos en evadir nuestra realidad. O con otras palabras, porque nuestra felicidad puede ser directamente proporcional a nuestro enajenamiento.
El fenómeno aparece como otra victoria del clima político vigente. En una encuesta de estos días, al Poder Ejecutivo se le apoya preferentemente por ser “combatiente” de la guerrilla, del narcotráfico y del paramilitarismo. Pero a sus favorecedores no les interesa pensar que durante dos períodos consecutivos el régimen no ha podido derrotar ni a guerrilleros ni a narcotraficantes ni a paramilitares infligiéndoles apenas golpes menores a lo sumo de algún impacto mediático. En el mejor de los casos, exportó a Estados Unidos a los capos dueños de la verdad en la guerra regional, la narcopolítica y el desplazamiento forzado. Todo esto puede significar que a las mayorías les gusta ser guiadas por un combatiente sin importar si su combate conduce a algún tipo de victoria significativa y sostenible.
La estrategia originalmente diseñada por Trotsky está amparada en derrotar a los amigos antes que en vencer a los enemigos. Lo que explica que uno de los mayores logros de la época haya sido llevarse en los cuernos el prestigio del Congreso y puesto en duda la probidad del Poder Judicial sin arriesgar un solo punto la popularidad del Ejecutivo.
Al contrario. Logrando cada derrota en las filas institucionales, el Poder Ejecutivo se ha erigido como la entidad más prestigiosa del Estado al costo de degradar al Poder Legislativo y al Poder Judicial, entre otras instituciones.
Este panorama de múltiples derrotas infligidas a buena parte de las instituciones para conservar incólume el prestigio del Ejecutivo puede explicar la torpe alegría con que algunos ciudadanos compiten por llegar al Legislativo. ¿Cuál es la razón de esa alegre disputa? ¿Acaso porque las actrices, futbolistas, periodistas deportivos o modelos al desnudo construirán una nueva concepción de Estado? ¿O acaso porque aspiran a llegar al Congreso para profundizar su crisis como ente sometido a los dictados del Poder Ejecutivo?
Bernardo Congote. Bogotá.
Envíe sus cartas a lector@elespectador.com