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En los recientes comicios parlamentarios la coalición uribista obtuvo un holgado triunfo.
El Partido de la U y el conservatismo encabezaron la votación con más del 50% de los sufragios; el liberalismo se sostuvo, pero fue relegado a una tercera posición; el cuestionado PIN se salió con la suya y se convirtió en la cuarta fuerza electoral; el Polo estuvo por debajo de lo esperado —el peso de sus errores se hizo sentir—; los Verdes con Mockus a la cabeza entraron con buen pie a la contienda electoral, el MIRA mantuvo su representación y Compromiso Ciudadano, del candidato Fajardo, fue el gran derrotado. De persistir esta tendencia, con la elección de algunos de los candidatos afectos al uribismo (incluyendo a Vargas Lleras) quedaría garantizada la continuidad del excluyente y discriminatorio modelo que encarna el uribismo.
¿Pero por qué, no obstante los frecuentes escándalos que han sacudido a la opinión pública y la fallida gestión gubernamental en asuntos tan sensibles como el empleo, la vivienda, la recuperación del campo, los Derechos Humanos, la atención a los desplazados y la corrupción, además del generalizado rechazo a la emergencia social decretada por el Ejecutivo, la seguridad democrática con todas sus falencias sigue copando las preferencias de la mayor parte del electorado?
El fenómeno se puede explicar entre otros factores por el grado de alienación colectiva en que se encuentran inmersos sectores de la población que, atemorizados por la prolongación de un conflicto armado que ha ocasionado tanta desolación y muerte, y sometidos al influjo de una eficaz manipulación mediática, siguen considerando a la seguridad como el centro de sus preocupaciones y el principal problema a resolver.
Sin embargo, las cosas pueden cambiar. Una vez hundido el referendo reeleccionista, ya comienzan a notarse algunos signos de la declinación del presidente Uribe. La precaria asistencia a los antes nutridos consejos comunitarios y la derrota de uno de sus favoritos, Andrés Felipe Arias a manos de Noemí Sanín en la consulta conservadora, son pruebas de ello.
Igualmente, comienzan a aflorar señales de agrietamiento en la alianza gobiernista. El nombramiento del reconocido dirigente conservador Carlos Rodado como jefe de debate del candidato Juan Manuel Santos, el apoyo del confeso uribista Fabio Echeverry a Noemí Sanín, los intentos de Rodrigo Rivera para sonsacar cuadros liberales, la actitud belicosa asumida por Arias y sus partidarios que no ocultan sus simpatías por Santos, y los deslizamientos y transfuguismos que se están produciendo, hacen presumir que la situación se le puede complicar al uribismo porque además se vislumbran realineamientos y reformulación de estrategias de algunos actores políticos, lo que obviamente tendrá su impacto electoral.
Pedro M. Ospino. Bogotá.
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