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Y la ley seca, ¿para qué?

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Columnistas elespectador.com
21 de junio de 2010 - 03:31 a. m.
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Siempre me he preguntado a qué viene la odiosa restricción que impide que en época de elecciones los colombianos decidan tomarse un trago. Una medida retardataria e inútil.

Empecemos por lo inútil. Basta con acercarse a un supermercado, digamos media hora antes de que se haga efectiva la ley seca, para encontrar filas enteras de energúmenos adquiriendo alcohol en cualquiera de sus formas. Incluso estuve en uno en el que habilitaron una caja registradora para el uso exclusivo de clientes interesados en trasladar la rumba a sus casas. Y así mismo en todos los centros de expendio. Es más, iniciada la fiesta es igualmente fácil conseguir que un domicilio lleve el objeto preciado al lugar de reunión, eso sí camuflado en esas bolsas cafés que le imprimen todo un aire cómico a la transacción. En últimas, casi podría decirse que la estrategia lleva a que más personas consuman más alcohol. Bastante inútil, pues, como política, si la idea original era evitar el consumo.

Pero en realidad no es claro cuál es la motivación de las autoridades. Hace tanto que fue institucionalizada la mojigata práctica que es posible que ni siquiera se lo pregunten. Como hay elecciones, piensan, es preciso que la Policía se ocupe de impedir que los borrachitos salgan a las calles. Y hasta ahí van las directivas. Uno creería que la intención no es otra que cuidar “el orden público”, “mantener la calma”, asegurar que no habrá “desmanes”. Como si los votantes fuesen una horda peligrosa y violenta que a la primera cerveza entona el himno de los verdes (o los azules, o los rojos, poco importa) y a la segunda ya se va de cuchillo contra sus contrincantes. Ese parece ser el mensaje del gobierno de turno hacia la ciudadanía. Que no hay confianza. Que no puede haberla. El Bogotazo, ese pecado original, ronda el inconsciente colectivo y hace suponer que existe una “peligrosa turba” capaz de levantarse contra “el orden previamente establecido”. Como si Colombia fuese la misma de los años cincuenta y los partidos políticos pudiesen ser leídos en el código genético de las personas.

 Emiliano López. Bogotá.

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