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No se trata apenas de que Petro quiera o no el Acuerdo Nacional: es que la contraparte quiera discutir y ajustar el modelo que aquel ofrece como alternativa de cambio. Que no es “neocomunista”, como la califica el mentor de la derecha más oscura, pues no apunta al derrocamiento del sistema sino al cambio de modelo: del molde neoliberal (que bloqueó el desarrollo, desindustrializó, ensanchó las desigualdades y disparó la pobreza) al modelo mixto, concertado, de capitalismo social. Y cristaliza en dos escenarios: en seguridad social, devuelve al Estado la dirección de las políticas que garantizan derechos fundamentales no delegables como educación, pensiones y salud; rescata su iniciativa sobre las políticas y capacidad de control financiero, aun compartiendo gestión con el sector privado. En economía, afinca el desarrollo en el aparato productivo hacia la reindustrialización, mediante alianza de capital público y privado. Derrotero ya paladeado en Colombia y consolidado verbigracia por todos los gobiernos de izquierda y de derecha en el Brasil, sexta economía del mundo.
Claro, contra el Acuerdo conspira la exaltación retórica de las partes, acaso por llegar fortalecidas a un escenario de negociación en el único país de la región que hasta ahora estrena alternancia con la izquierda en el Gobierno y en campaña electoral con el recuerdo del estallido social pegado todavía a la piel.
Se quejan los empresarios de la incertidumbre que el presidente siembra con sus cambios de humor en la política oficial. Los saben cambios de humor, pero tal vez los magnifican para justificar derivas que en cualquier país se llaman huelga o sabotaje: dejaron de invertir 70 billones y pusieron en riesgo la economía. Claro que a ello contribuyeron las altas tasas de interés, pero el protagonista fue el temor autoinducido que indujo la desinversión. Mas, ¿a qué tanto drama? Quizás a la autocomplacencia en el privilegio que se recibe como por derecho divino. Recuerda la columnista Tatiana Acevedo que en Colombia la distribución de la riqueza opera de abajo hacia arriba: las mayorías (que ganan y tienen menos) subsidian a las minorías (que ganan y tienen más). La Carta del 91 dio a los banqueros un poder en la economía colombiana sin paralelo en el mundo.
Por su parte, Petro siembra miedo movilizando multitudes cuya resistencia querría transformar en poder constituyente. Esta utopía de democracia directa de Antonio Negri se sitúa por encima de las instituciones, del Estado, de la representación y de los partidos: es respuesta del anarquismo a los vacíos de la representación política en la democracia liberal. Voluntarismo episódico. Reedición del Estado de opinión que distorsiona la veleidosa apelación del 91 a la democracia participativa.
Todos meten miedo. Todos parecen cañar. Y en el desconcertante vaivén sobre el Acuerdo, se escriben pronunciamientos en granito: dijo Petro que si se logra “un verdadero acuerdo nacional” en reformas legislativas, habría representación de otras fuerzas políticas. A poco, que la aprobación de la reforma pensional revivía la posibilidad del Acuerdo. Y Luis Carlos Reyes, ministro de Industria y Comercio, abunda en invitaciones al sector privado a concertar con el Gobierno la política industrial. Promete crédito amplio y subsidiado para inversiones en industria, energías renovables y agroindustria, y el viejo Certificado de Abono Tributario para diversificar exportaciones.
El conflicto no enfrenta hoy comunismo y capitalismo, sino socialdemocracia y neoliberalismo. Para solucionarlo, no habría que inventar la rueda, sino poner a rodar la guardada por nuevos caminos. Si en ello va un margen de justicia social, bien vale un parto con dolor.
