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En el propósito de hacer memoria para no seguir contando la guerra desde la coyuntura, María Elvira Samper y Juan David Laverde ofrecen una historia compacta y rigurosa del ELN, última guerrilla del continente. Referente obligado para estudiosos y para el ciudadano menos avisado, reputados conocedores de esta saga acotan, desde distintos flancos, el examen de los hechos que un podcast de doce capítulos recoge. Desde el nacimiento de esa guerrilla en 1964 entre universitarios y campesinos movidos por el ideal revolucionario que la Cuba de Fidel Castro encarnó. En la reconstrucción de acontecimientos, descuellan la muerte de Camilo Torres en 1965 y el desastre de Anorí en 1973: las dos grandes derrotas políticas del ELN en su fase inicial. Etapa de supervivencia en la selva y mando autoritario que tramita las diferencias políticas con fusilamiento del contradictor. Mas, sobre sus 90 cadáveres de Anorí se reagrupa el ELN, recompone el mando por “purga ejemplarizante” en la cúpula —dirá María Elvira— e inicia el tránsito del caudillismo a la dirección federada que rige desde entonces. Se detiene el relato en los muchos intentos de paz negociada con ese grupo; pero también en tragedias como la de Machuca que, por voladura del oleoducto, incineró vivos a 80 campesinos inermes. El ELN habría derramado 4 millones de barriles de petróleo en nuestros ríos.
A la derrota de Anorí —un intento de toma de la población que provocó acción letal del Ejército contra el ELN— se sumó la incautación de una tula del jefe, Fabio Vásquez, repleta de información secreta y caen casi todas las redes urbanas de la organización: 200 detenidos. La virtual desaparición de esa guerrilla marca, sin embargo, su punto de inflexión. El ELN se reorganiza y resuelve la crisis a su favor. Niega Vásquez su responsabilidad en la derrota por falta de trabajo político en el campo, y descarga en otros la culpa: juzgan, condenan y ejecutan a la célula urbana de Los Bertulfos.
Dirá Alejo Vargas en esta historia que es la última ejecución colectiva del ELN después de la de Víctor Medina Morón, Eliodoro Otero y Julio César Cortés, por diferencias ideológicas, en 1968. Y la de Jaime Arenas en 1971. Se sabe que Ricardo Lara Parada, cofundador y segundo al mando de esa guerrilla, sería ejecutado por un comando del ELN en 1985 a la puerta de su casa, frente a su hija de cinco años. Entonces oficiaba como líder político en la legalidad. Afirmó en la revista Trópicos (1980) que el ELN había terminado por invertir los valores: “La guerra dejó de ser dirigida desde la política, para que la política fuera dirigida desde la guerra”. Fue la suya una invectiva contra el militarismo del ELN, que no ahorra brutalidad aun cuando del pueblo se trate. Dígalo, si no, su terrorífica incursión de este mes en el Catatumbo, otra arremetida contra el pueblo que dice representar.
Para Eduardo Pizarro, analista en el relato, la muerte de Camilo Torres fue la muerte del Frente Unido, de una gran movilización política urbana en ciernes; pero, además, reforzó la inclinación campesinista y el caudillismo de Fabio Vásquez. Ya se dolía en su hora Ricardo Lara: todo lo que toca el ELN lo vuelve militar, afirmó; limitó al más grande líder revolucionario a esperar el próximo movimiento táctico, que lo llevó a la muerte… “muerto Camilo, muere su obra”.
Desde los 80, el ELN se aplicará al secuestro, a la extorsión, a la minería ilegal, a la trata de personas; y al narcotráfico, que hoy practica a plenitud, lavado de activos comprendido como miembro de una mafia internacional, según el general Naranjo. Su derrota es política: es la asociación con el delito y el crimen. Ya el presidente lo señaló de haber reemplazado a Camilo Torres por Pablo Escobar. Pero Colombia se sueña el milagro: que el ELN regrese de Escobar a Camilo.
