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Enrique Peñalosa lo dice sin vacilar: en el fondo de nuestra controversia política obra la puja entre Estado y mercado. Pero agrega que Petro resuelve esta dicotomía en estatismo comunista. Desenterrando cadáveres de Guerra Fría, convierte la disputa entre neoliberalismo y socialdemocracia en guerra de la libertad contra el “neocomunismo”, que Uribe se acaba de inventar. A falta absoluta de propuestas, anda nuestra derecha al rescate del doctrinero Hayek que, en maroma tramposa, asimiló Estado social a socialismo: en el Estado de bienestar –escribió– los efectos del socialismo cristalizan con más lentitud y menos rigor, pero “el resultado final tiende a ser exactamente el mismo”. Es decir que Estado social equivale a comunismo; y, aunque el mercado librado a la codicia de unos cuantos llevó a su clímax las desigualdades, se le santifica.
Si críticas mereciera el programa de Petro, no sería por extremista sino por la incapacidad del gobernante para hacerlo valer. Y para concertar acuerdos mínimos con sus adversarios, capaces de devolverle al poder público la iniciativa en política social y el control de sus recursos, asaltados a dentelladas y a la vista de todos por funcionarios, empresarios y políticos. Como se ha visto también en este Gobierno. Rescatar al Estado de esta sangría y reformular su relación con el capital privado dentro del modelo de economía mixta que rige no es estatismo. Ni lo es reordenar los medios públicos necesarios para garantizar los derechos de salud, educación, pensión, servicios públicos, trabajo y medio ambiente que toda democracia moderna consagra.
Es momento histórico de escoger entre estatización a ultranza y economía de mercado, declaró Peñalosa. Y la sociedad del privilegio aplaudió, pues sacar a danzar el fantasma del comunismo puede valerle el triunfo electoral para perpetuar su poder y su riqueza. Es bandera siempre eficaz contra la izquierda democrática que busca la reforma, no la revolución, y que la derecha asimiló siempre a guerrilla marxista. Apetitoso recurso para evadir respuestas en un país que presenta uno de los más elevados índices de Gini en el mundo, pertenece a los tres países más desiguales y donde 16 millones de sus ciudadanos tuvieron que sobrevivir el año pasado con menos del ingreso mínimo vital, mientras grandes empresarios registraban utilidades sin precedentes.
Si la democracia liberal está en crisis será también porque este capitalismo vandálico usurpó su nombre y bloqueó el principio solidario del capitalismo social. Entre los valores liberales, privilegió el de libertad (de mercado) que predominó en el siglo XIX y agudizó el descontento social, y menospreció el principio de igualdad. Poniendo en ella el acento, respondió el liberalismo a la amenaza de revolución a principios del XX. Se instauró el Estado social, convertido en Estado de bienestar en la posguerra. Este resultó de transacción entre capitalismo y socialismo, para presidir medio siglo de prosperidad y pleno empleo en Europa y Norteamérica. Desde los años 80 se involucionará al laissez-faire decimonónico que por boca de Peñalosa reclama hoy la derecha colombiana.
El fracaso económico del modelo de mercado fue también el fracaso de la democracia sometida a sus designios. Ante el patriciado autocomplaciente que porfía en ellos, una misión se impone: recoger el legado de la socialdemocracia. Las reformas de Petro darían cuerpo a este propósito, pero aquellas se diluyen. Según Jorge Iván González, Petro ha desperdiciado la oportunidad de avanzar hacia cambios estructurales en la sociedad colombiana y consolidar un proyecto socialdemócrata ambicioso. Por incapacidad para gobernar, no se están logrando las metas anunciadas.
Coda. Gravísimo el aparente contubernio de la Inteligencia del Estado con un grupo criminal; al punto que podría configurar traición a la patria.
