Dictadura y socialdemocracia son hoy las opciones de los gobiernos de izquierda en América Latina: la primera, en Venezuela y Nicaragua; la segunda en Brasil, México, Chile, Colombia y Uruguay. Ortega y Maduro superan con creces la brutalidad de los tiranos que les antecedieron, Somoza y Pérez Jiménez, cuyo legado prometieron enterrar. Por su parte, la nueva izquierda ha debido inventarse la fórmula del socialismo democrático para un subcontinente agobiado de pobreza y desigualdad, donde la propuesta comunista desapareció bajo las ruinas del muro de Berlín y la insurgencia marxista periclitó hace décadas. Muchas expectativas y magros resultados arroja el quehacer de esta izquierda democrática que a los desafíos ancestrales suma el de una ultraderecha forjada al calor del capitalismo sin hígados que lleva 40 años ahondando inequidades.
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Mas, no es uniforme el quehacer de estos gobiernos de capitalismo social. El de Gustavo Petro, verbigracia, debuta con reforma tributaria progresiva y un Plan de Desarrollo que le daría al país norte y sentido de nación. Si lo aplicaran. Pero a poco suelta Petro la rienda al caudillismo y la demagogia, para terminar flirteando con el autoritarismo: intentos de uso acomodaticio de las reglas del juego democrático, a discreción de su interés político. Ya para convocar consulta popular o constituyente por encima de la Carta, ya para hostilizar al Congreso, a las Cortes y a cuanta institución del Estado resista a su arbitraria voluntad. O para lamentar la existencia de oposición, una fuerza “nazi” o “mafiosa”.
No menos comprometedor resulta su silencio ante la exaltación de Saade, su jefe de despacho, de la maniobra que le permitirá al sátrapa Bukele reelegirse indefinidamente; propone cooptarla para que también el presidente Petro se atornille 20 años a la silla de Bolívar. Y calla, además, a la consigna de su precandidato Daniel Quintero de “mandar a la mierda a la derecha” y cerrar el Congreso el día uno de su gobierno, si resulta elegido. (Mutismo comparable al de la derecha ante la invitación de su precandidato De la Espriella a “destripar” a la izquierda y “erradicar esa plaga”). Para no mencionar la condescendencia del presidente con el dictador Maduro y con su reelección fraudulenta.
El patrón que estos dictadores reencarnan apunta a hacerse elegir por el pueblo para tomarse el poder total y desmantelar la democracia. Haciendo justicia a sus mayores, aplica Maduro en Venezuela el modelo en regla: represión brutal, asesinatos, desaparición forzada y detenciones arbitrarias, según denuncia Human Rights Watch. Tras la cuarta reelección, consolida Ortega su poder absoluto en Nicaragua, que riega con sangre: de la protesta popular en 2018 resultan 328 asesinados, un episodio más de la represión generalizada que despliega el otrora mentor de la revolución sandinista.
En la orilla del progresismo, cinco presidentes conforman la avanzada de una organización mundial que “ataje el avance de la ultraderecha en el mundo, con propuestas y no con ‘despotismo iletrado’”. Boric, Lula, Petro, Orsi y Pedro Sánchez alertan contra el “nuevo consenso de Washington antidemocrático impulsado por la extrema derecha”. Un reencuentro en septiembre integrará también a Sheinbaum, a los mandatarios de Canadá, Inglaterra, Australia y Sudáfrica, entre otros. Persiguen un pacto social que sitúe a la gente en el centro de las políticas y devuelva al Estado su papel como garante de derechos. En el horizonte, lucha renovada por fortalecer las instituciones, por la igualdad, la justicia social y económica, donde prevalezca la democracia, sin concesiones a la tentación autoritaria. Y menos aún a dictaduras de izquierda que aplastan a sus pueblos.
Dijo Stiglitz que la verdadera lid enfrenta hoy al autoritarismo-fascismo con la dupla progresismo-socialdemocracia. Retrato vivo de nuestra América.