Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Qué busca esta polvareda de aspirantes al solio de Bolívar: ¿enriquecerse? ¿Proclamarse dictador? ¿Colgar al fin su retrato en la desapacible galería de cuadros de presidentes en Palacio? O persigue un medio para cristalizar su idea de país. Pero sin sueños ni cuerpo de doctrina ni programa de gobierno, ¿cuál idea de país? Se trasluce en casi todos el anhelo de rescatar un pasado que hiede. En otros, de dogma contrario, el mismo desdén hacia referentes del cambio democrático que no se vieran en décadas y medirían el alcance de propuestas en todo el espectro de la política: el Plan Nacional de Desarrollo, el Acuerdo de Paz de 2016 y la descentralización de recursos y competencias que revoluciona la organización del Estado porque cierra brechas entre las regiones. Ante el desafío, unos reculan y otros juegan al avestruz. El Gobierno de izquierda sepulta el Plan de un humanista-economista riguroso, avanza a saltitos en las ambiciosas estrategias por la paz y ayuda a entrabar la discusión de descentralización fiscal. La derecha aspira a revitalizar la patria de Dios, Guerra y Jerarquías; y el Centro supone que su mustia pose virginal obrará el milagro de la redención. La senadora Clara López invita a “atreverse a imaginar otro mundo”.
Resultado de 51 diálogos regionales con participación de 250.000 personas, el Plan de Desarrollo de Jorge Iván González busca superación de la pobreza, justicia social, prosperidad económica, protección del ambiente y reducción de las brechas entre territorios. Para lo cual diseña cinco grandes estrategias: derecho a la alimentación, con eliminación del hambre en la primera infancia y aumento de la producción agrícola. Ordenamiento del territorio, con entrega de 2,9 millones de hectáreas, titulación de 3,9 millones y catastro multipropósito. Transformación productiva mediante reindustrialización y diversificación de exportaciones. En convergencia regional, más hogares con vivienda, hasta 88.000 kilómetros de vías terciarias para conectar territorios. Y disminución de la pobreza, para aquilatar la paz.
Por su parte, el Acuerdo de 2016 repica sobre reforma rural integral, apertura democrática para construir la paz, solución a las drogas ilícitas, reivindicación de las víctimas, implementación del tratado de paz (PDET incluidos) y fin del conflicto. El Sistema General de Participaciones implica un cambio medular del Estado en cuatro décadas. Tal la envergadura de estas transformaciones, que operarían un viraje en el modelo social y económico del país, a tono con la perspectiva de nuestra senadora.
Aquí gloso palabras suyas: durante tres décadas creyó el mundo en las promesas de la globalización, en crecimiento, prosperidad y modernidad para todos. Apertura de mercados, libre flujo de capitales y expansión tecnológica se ofrecieron como destino inevitable. Pero la realidad, más terca que los dogmas, terminó por desmentir la fe en el mercado. El modelo económico que domina ha perdido legitimidad moral, la sociedad reclama algo más que crecimiento: quiere justicia, participación, propósito.
El Plan de Desarrollo, el Acuerdo de Paz y la descentralización fiscal en ciernes ofrecen el instrumental necesario para operar reformas democráticas hacia el país soñado. No estamos condenados a repetir errores, dirá López; mas, para que otro mundo sea posible, debemos atrevernos a imaginarlo, a recuperar la política como arte de lo común, a devolverle a la economía su función de servicio, concluye. Acosada por demagogos de todos los colores, Colombia le pide a su clase política disponerse, por una vez, a discutir dispositivos políticos como los señalados. U otros. Pero, en todo caso, echar al vuelo la imaginación creadora para hacer de la Presidencia el garante supremo del bien común, no del grosero interés particular. Que ya éste le sabe a cacho.
