Silencio atronador. Entre las razones que Petro expone para preservar las relaciones con Venezuela se escabulle una principalísima: el poder que Maduro ejerce sobre las negociaciones con el ELN, puntal de la Paz Total en este gobierno. Papel preponderante juega este factor sobre el control de una larga frontera dominada por criminales (exguerrilleros entre ellos), sobre el renacido comercio binacional o los tres millones de inmigrantes venezolanos. Calla el presidente acaso por temor a menoscabar una mediación que fue siempre funcional, o a tener que reformularla ahora ante una dictadura sangrienta como pocas se vieran en la Edad Negra de América Latina. ¿Osará Petro exigirle al sátrapa distancia frente al grupo armado que en Colombia violenta a la población para hacerse con el control de economías ilícitas, mientras obra en Venezuela como fuerza paramilitar del régimen que despliega todos los recursos del terrorismo de Estado contra su pueblo? Aunque repudiado por el mundo, querrá Maduro mantener a Petro en la postura de subordinación que ha signado su negociación con el ELN.
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Reconstruye la periodista Cindy Morales las circunstancias que han convertido a Venezuela en actor estratégico de la paz en Colombia, al punto que podría alterar la dinámica de nuestro conflicto y definir su desenlace. La influencia de ese país en los diálogos con el ELN trasciende, según ella, los límites de la diplomacia convencional y se sitúa en un terreno complejo determinado por la geografía compartida —2.217 kilómetros de frontera que al ELN le ha servido de trinchera—, los intereses políticos y una densa red de relaciones históricas y sociales.
La usurpación del poder mediante golpe de Estado por Maduro este 10 de enero le impone a Petro un intrincado dilema político y diplomático, pero no estriba este en romper o no romper con Venezuela (que una cosa es la relación entre Estados y otra el señalamiento de un gobierno ilegítimo) sino en cómo replantear su participación como garante de paz con los elenos; empezando porque no podrían ellos seguir siendo socios del gobierno en ese país, menos si se erige en dictadura militar.
Pero se le va a Petro la mano en indulgencias con el ELN, como en requiebros se le va con Maduro; y compromete así sus posibilidades de éxito en el diálogo que propone para transitar a la democracia en Venezuela. No sólo acude el embajador Rengifo a la posesión de Maduro, sino que se excede en venias. Petro dice que la elección de julio no fue libre por causa del bloqueo económico y, lejos de reconocer el resultado que le dio la victoria a González, propone nuevas elecciones. Y termina por cooptar el grosero mentís del régimen sobre la detención de Machado, para calificarla de fake news.
Tal vez por haber caído esta dictadura bajo la égida del imperialismo ruso y no bajo la del imperialismo yanqui, se revuelve nuestra derecha contra ella. Y no ahorra hipocresías. Marta Lucía Ramírez, corresponsable de la Operación Orión que arrojó decenas de muertos y 96 desaparecidos (probablemente arrojados a La Escombrera), acusa al “régimen que viola derechos humanos, tortura y comete crímenes de lesa humanidad”. Iván Duque, en cuyo gobierno se contaron por docenas los manifestantes muertos, pide una “intervención humanitaria” en Venezuela: una invasión armada extranjera, como las de Irak, Afganistán, Siria y Yemen. Y Álvaro Uribe, bajo cuyo gobierno hubo 6.402 falsos positivos certificados, pide intervención militar internacional para tumbar la dictadura y restablecer la democracia en Venezuela. Pide sangre.
A semejante despropósito, que evoca a Ucrania y Gaza, responde el presidente Petro con un lacónico “dejen de pensar en muerte”. Mas si lo suyo es el diálogo, diálogo a derechas: sacudón de garrote y zanahoria con el ELN y bríos frente al gobierno de Maduro.