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Tal vez desde el despojo de PaNA- má no registraba Colombia amenaza semejante a su soberanía y a su economía. Mas no es obra exclusiva de Trump. En este entierro han puesto velas la desvergonzada incitación de nuestra ultraderecha al gobierno de Washington y la campaña de provocaciones de Petro a su Serena Majestad. Dinamizadores que esta agradecerá porque legitiman el agresivo renacer del colonialismo de EE. UU. en su patio trasero. Para recuperar su hegemonía y a título de lucha contra el narcotráfico, conjuga intervención extranjera con sanción política, militarización de la seguridad, y un abierto desafío al derecho internacional.
Emulando megalomanía con Trump, Petro puede ahora cosechar lo sembrado, para oficiar como abanderado de la indignación general por avanzadas del imperio sobre la soberanía nacional. Pero su protesta no conjura las fintas de invasión y bloqueo económico, pues elude la batalla diplomática que sí libran Sheinbaum en México, Lula en Brasil, Boric en Chile, para mantener a raya el peligro. Antes bien, provoca nuevas amenazas y la humillante inclusión del nombre de nuestro presidente en la lista Clinton, dizque por ser “un jefe del narcotráfico”. Justamente él, denunciador estrella de la narco-parapolítica que redundó en cárcel para decenas de políticos cuyos jefes aplaudirán la injerencia extranjera que se dice contra el narcotráfico.
Conturba la súplica de un ex vicepresidente de la República: “Presidente Trump, necesitamos su ayuda, salve la democracia de Colombia”. Y la cándida confesión de Marta Lucía Ramírez, también ex vicepresidenta: “Tal como dijimos al secretario de Estado, Marco Rubio —escribe—, la actitud de Gustavo Petro no representa el interés nacional de los colombianos y debemos desarrollar una agenda urgente de diplomacia paralela”. Otros, socios novísimos de algún Country Club, también le niegan al presidente credenciales políticas, esta vez por su “origen social”; prestante les parece el convicto Trump. Criollismo acomplejado de vendepatrias.
Y Petro no ayuda, cada día dedica un nuevo insulto al presidente de la Estrella Polar. Este traduce en hecho cada amenaza: corta las ayudas a Colombia y le advierte a Petro “tener cuidado o tomaremos medidas muy serias contra (usted) y su país”. Al día siguiente refuerza la ya colosal flota de barcos de guerra apostados en el Caribe con un portaviones de propulsión nuclear y en cualquier momento podría pasar a invasión militar en tierra.
Parecería importarle poco al presidente si Trump dispara los aranceles. Pero cinco millones de compatriotas verían flaquear su trabajo y el empleo se desplomaría, pues el 30 % de nuestras exportaciones van a EE. UU.: petróleo, café, flores, banano, oro, manufacturas. Ese país aporta el 40 % de la inversión extranjera directa en Colombia y envía el 30 % de los turistas que nos visitan.
En equívoca mutación de una causa en otra, termina Petro por identificar defensa de la soberanía regional con alianza y respaldo al dictador Maduro. Y precipita decisiones sin discusión. Como la orden al ministro de Defensa de aportar fuerza armada colombiana al ejército venezolano si una invasión gringa a ese país prospera. O su propuesta a Venezuela de compartir inteligencia militar para ventilar el conflicto creado por el ELN y las Disidencias en el Catatumbo, sabiendo que los elenos son protegidos del gobierno de ese país. Si hay riesgo por la eventualidad de una zona de guerra en la frontera, más lo habría en una conflagración internacional.
Riesgo a la vista es que, cuando nuestra integridad nacional pide unidad sin fisuras frente a la bota imperial, se nos imponga una disyuntiva ajena a la soberanía propia: que debamos escoger entre Maduro y la extrema derecha de este país. Que nos hurten la confrontación real, entre Colombia y el invasor extranjero. Que sigan manoseando la soberanía.
