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Arrojado a las tinieblas el mejor Plan de Desarrollo en décadas —hechura de este Gobierno—, la paz se vuelve, más y más, una quimera: el ordenamiento del territorio, su estrategia madre, sería arma letal contra el dominio de los señores de la guerra sobre un tercio de la Colombia rural. Pero Petro lo desecha. La transformación de la economía y de la sociedad en el campo que el Plan proyecta, fracturaría el Estado paralelo de los ejércitos privados que sojuzgan a las comunidades y reconfiguran el feudalismo ancestral. Autodefensas renacidas, paramilitares, narcotraficantes y viejos guerrilleros que vendieron su revolución por oro infecto, empotrados todos en las armas y en la droga, verían comprometido su poder. Mas, ajeno al desarrollo, anda el presidente encandilado por luces de fantasía, desplegando campaña de agitación y propaganda con lenguaje de pánico para crear zozobra. ¿Miedo al fracaso?
“Petro gobernó seis meses y después se dedicó a hacer campaña desde el poder (…). Cuando vio que no podía cumplir lo prometido, pasó de gobernante a candidato”, dirá Jorge Iván González, artífice el Plan que le hubiera permitido a Colombia dar el salto hacia adelante. El Plan de Desarrollo de González incorporó consulta técnica y participación apasionada de 250.000 personas en 573 municipios. Una experiencia de genuina participación y reflexión popular en la construcción de las estrategias de desarrollo del país, sometidas luego a examen exhaustivo y aprobación del Congreso. Habría reformas en el agro inducidas por el catastro multipropósito o de transición energética sin sacrificar la producción de petróleo. ¡Ay!, abandonado el Plan, la desilusión entre las gentes será proporcional al entusiasmo que había despertado.
En juego está la disputa entre democracia constitucional y el modelo de poder de facto impuesto a sangre y fuego sobre la población de vastos territorios, que las autodefensas depuraron y cooptaron luego todos los grupos armados. Se trata de ejércitos privados que ejercen como Estado en un territorio bajo el mando del hombre fuerte de la comunidad y se financian con el narcotráfico. Estos señores de la guerra, explica Gustavo Duncan, monopolizan la violencia, administran justicia, cobran impuestos y hacen elegir sus congresistas. Terminan por instaurar un nuevo orden social porque cambian las relaciones de poder. Imponen un Estado alterno en las regiones y penetran al Estado central.
Son los viejos patronos en armas, hacendados cuya peonada fue a un tiempo mano de obra, cauda electoral y ejército privado. Gobiernan ahora con mano de hierro, controlan las elecciones, escogen alcaldes y definen sus inversiones. “Protegen” a la comunidad intimidándola, tras haber despojado de sus tierras a millones de campesinos y ejecutado masacres que signarán por siempre la historia de Colombia. Fueron estos las grandes víctimas de la contrarreforma agraria, del desplazamiento y la muerte. A algunas ciudades se trasladó el modelo. Medellín será la gran urbe en cuyos barrios de ingresos bajos y medios gobiernen los “combos”, instrumento de autodefensas, narcos y paras, o una aleación de los tres.
Por la implementación del Plan con miras a la paz no podría responder la sola persona de un presidente, así este diera en llamarse Aureliano o el Mesías de Salgar. Es de tal envergadura, tan obligante el desafío, tan dramático el sufrimiento de millones de colombianos, que demanda, a gritos, el acuerdo nacional entre partidos, organizaciones sociales, gremios y universidades. Las estrategias propuestas podrían ser punto de partida de un pacto de cambio en el mediano y largo plazo, aproximando alguna idea de nación. Si de paz y desarrollo se trata, tan responsable será el presidente que divaga y no gobierna, como la oposición que vegeta en su alarmante penuria de ideas y propuestas.
Cristinadelatorre.com.co
