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¿A dónde se fue el entusiasmo por la paz?

Cristina Nicholls Ocampo

26 de abril de 2023 - 09:05 p. m.

Si hubo algo que sostuvo la posibilidad de la firma del Acuerdo con las FARC después de la tristísima victoria del no en el plebiscito fue el entusiasmo de la ciudadanía por la paz. En un despliegue titánico, miles de personas en todo el país salieron a las calles a exigir una salida pacífica al momento crítico que atravesaba el proceso de negociación de esa época. Colombia había acumulado el suficiente músculo social, comunitario y político para defender la paz a pesar de la derrota del sí. Esto se construyó a lo largo de los años y fue consecuencia de un sinnúmero de esfuerzos de variados sectores que trasladaron las discusiones de la mesa a la cotidianidad colombiana.

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Al proyecto de paz total le falta eso, ese torrente ciudadano interesado en discutir y construir alrededor de las mesas de conversaciones y por fuera de ellas. Aún no vemos a las mayorías ilusionadas con la posibilidad de vivir un futuro pacífico. No hay esa enorme oferta de eventos, foros y tertulias que había en el marco de la negociación pasada. Hacen falta los estudiantes, los campesinos, los barristas, las mujeres y los artistas. Ese ímpetu ciudadano que perseguía la ilusión de la paz y se atrevió a soñar un país en el que la violencia no fuera el elemento común que atraviesa todas las historias.

Sin duda alguna, el gobierno de Iván Duque se encargó de desgastar la esperanza dejándola prácticamente agónica, pero también hay que decir que el debate de la paz total ha sido ensombrecido por una marginalidad que no ha permitido que como colombianos volvamos a sentirnos enamorados de ese proyecto. Las partes han cometido errores en ese sentido y es innegable que estos han influido en la percepción ciudadana. También es cierto que el día a día político actual viene cargado de cruciales debates que capturan la atención de todos, pero lo cierto es que ninguno de ellos podrá tener bases fértiles si no se discute y avanza en la urgencia de dejar de matarnos.

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Hay que recuperar el entusiasmo y hay que hacerlo pronto. La paz total no se puede reducir al acercamiento con insurgencia y grupos criminales, debe empezar a ilusionar de nuevo, a recuperar ese sentido común que estaba empezando a florecer en 2016 y desnaturalizaba la violencia como camino. Ya es hora de abrir las compuertas de la participación, reactivar los espacios de encuentro y aclarar lo que está difuso. Esta es la única manera de proteger a futuro las mesas de conversaciones y, sobre todo, es la única manera de transformar a largo plazo un país que está acostumbrado a reciclar sus guerras.

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