El pasado domingo, Abelardo de la Espriella llevó a cabo un acto de campaña en la Movistar Arena de Bogotá, un despliegue de mal gusto, pirotecnia y espectacularización política. El candidato ha decidido importar un modelo que ya ha hecho carrera en otras partes del globo con personajes como Donald Trump y Javier Milei. El histrionismo, el lenguaje confrontacional, la idea de superioridad y los mensajes simplificados que no proponen ninguna solución son los derroteros de su propuesta. En la médula de ese proyecto está la continuidad de valores anquilosados y un conservadurismo que se presenta a sí mismo como novedoso y outsider, pero que sólo se ha revestido de un nuevo ropaje para ajustarse a la manera en la que se comunica hoy y para acaparar un descontento generacional que busca desesperadamente respuestas y sentido.
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Por otra parte, Zohran Mamdani fue electo alcalde de la ciudad de Nueva York. Mamdani es un joven de 34 años, musulmán, autodefinido como socialista democrático. La clave de su éxito fue la clara identificación de los problemas que aquejan a la población neoyorquina y la presentación de soluciones directas utilizando una campaña fresca, orgánica y armoniosa. Las redes sociales jugaron un papel fundamental en su triunfo, no utilizadas de manera falsaria y accesoria, sino entendidas como lo que son ahora: la forma en la que tiene la sociedad moderna de comunicarse, expresarse y conectarse.
Abelardo y Mamdani son las dos caras del hoy. El primero apela a la lógica esquizofrénica que se ha expandido por el mundo; el segundo utilizando las herramientas del presente, nos invita a mirar al futuro de manera esperanzada. Y es importante señalar el contraste porque la derecha mundial ha sabido utilizar a su favor las ventajas de la virtualidad y ha construido importantes comunidades que se alimentan entre sí y que, a su vez, son la incubadora perfecta de las enfermedades de nuestro tiempo. Aprovechando ese capital, le han dado una patada al orden simbólico conocido presentándose a sí mismos como rebeldes heroicos que no temen luchar en contra del mal encarnado en el progresismo, cuando son ellos los continuadores de las políticas que tienen al mundo al borde del abismo. Por otra parte, la izquierda ha tardado en reaccionar y no ha encontrado la audacia necesaria para responder de manera contundente. Ha sido duro el golpe de ver usurpado su sello identitario: la rebeldía, y, en esa vía, le ha costado adaptarse a los retos comunicativos de la modernidad. Como si se tratara de un antagonismo, ha privilegiado las formas viejas de hacer política (como si eso fuera a regresarle su lugar semiótico) y ha utilizado las nuevas herramientas como meros elementos auxiliares. La victoria de Mamdani permite entender que es indispensable disputar este campo que ha ido acaparando el conservadurismo y que no hay ninguna traición principialista en ello. Que se puede llamar a las cosas por su nombre y que se puede hacer de manera actual.
Entonces, tenemos al frente dos formas de hacer y habitar la política, una que utilizando lo nuevo quiere perpetuar los horrores del pasado, otra que le planta cara a los retos del presente con frescura sin renunciar a la seriedad y la estructura. Hacia dónde se dirigirá el porvenir depende de qué tanto estemos dispuestos a adaptarnos y a recomponer el sentido común. Ojalá el pulso lo gane el futuro y la vida. Ya veremos.