Llevo casi una década viviendo en Bogotá y no recuerdo nunca haber sentido la ciudad tan hostil e inhabitable como en los últimos meses. Basura por doquier, inundaciones en cada aguacero, una inseguridad que aterra y lo que a mi juicio es lo más grave de todo: un racionamiento de agua que ha causado estragos en la garantía de los derechos fundamentales de la ciudadanía.
Ya va más de un año de la medida impuesta por la alcaldía de Carlos Fernando Galán y aún no se vislumbra el final de la misma: no se nos ha explicado con total claridad cuál es el plan a futuro, hasta cuándo tendremos que tolerar la imposición y si se han construido soluciones alternativas en lo corrido de estos largos meses. Y es que, contrario a lo que se dice sobre la resiliencia de los bogotanos, el descontento crece, no solo por la logística que implica prepararse para el día sin agua, sino por las graves consecuencias que ha tenido la medida y que el Distrito se niega a reconocer. Varias familias han advertido que pueden pasar hasta cuatro días sin el servicio por cuenta de las complicaciones técnicas que implica la desconexión y la reanudación constante. Los daños en la infraestructura aún no se han calculado, los litros de agua perdidos por los mismos, tampoco. Hay que hablar también de la potabilidad del agua en el marco de esta medida. Por mucho que las autoridades digan que el agua que hay disponible es apta para el consumo humano, nadie en sus cinco sentidos bebería agua con una coloración marrón ni cocinaría con ella los alimentos para sus familias. Lo paradójico es que por ello nos vemos obligados a comprar agua embotellada que está siendo extraída de manera irregular por INDEGA S.A (compañía que en Colombia fabrica los productos de Coca-Cola y Manantial).
Por otra parte están las basuras que inundan cada esquina de la ciudad y que no sólo generan la percepción de suciedad, sino que también son foco de infecciones y plagas. Si bien esta es una cuestión que viene de años atrás, la agudización del problema es evidente. No hay una cuadra de Bogotá que no esté adornada por desechos de todo tipo, ni hablar de las inundaciones por el taponamiento de las alcantarillas. ¿Tendrá la alcaldía en el radar el fortalecimiento de políticas con los trabajadores del reciclaje para la conservación del ambiente limpio y para el mejoramiento de sus condiciones laborales? ¿Ha pasado algo con las campañas de reciclaje ciudadano y buena disposición de desechos? ¿Se habrán siquiera planteado que estos dos tópicos son fundamentales para enfrentar la crisis?
La seguridad merece una reflexión aún más extensa que no puede ser agotada en este artículo, sin embargo, basta sólo mencionar que artefactos explosivos de alto impacto, como granadas, están estallando en la ciudad y medidas como “Los Guardianes del Orden” dejan más cuestionamientos que soluciones. En conclusión: ¿Qué es lo que pasa con la administración actual de la ciudad? ¿Cuáles son los intereses que se están privilegiando en Bogotá? ¿Por qué tanta opacidad en las comunicaciones distritales? El alcalde actual y su gabinete deben tomar medidas urgentes para hacerle frente a lo que está pasando, la calidad de vida de los bogotanos está cada vez más deteriorada y, en lugar de prepararnos para los desafíos del futuro, estamos retrocediendo a pasos agigantados.