La película dirigida por Juan Antonio Bayona y protagonizada por actores latinoamericanos ha dado mucho de qué hablar. La cinta ha sido mencionada con entusiasmo en redes sociales, medios de comunicación y conversaciones cotidianas. Alejándonos de los juicios meramente cinematográficos, La sociedad de la nieve trae al presente una historia que vuelve a sacudir la realidad, ya no por el milagro de la supervivencia, que nos sorprende por el momento generacional que atravesamos. En la película y en la historia real, el hilo conductor es el deseo, el fervor, la convicción categórica de querer vivir la vida, sobrevivir y abrazar lo que venga. En cambio, en este momento hay millones de jóvenes adultos desesperanzados con relatos vitales acompasados al fin del mundo o la extinción de la especie humana.
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Conocía la historia de los sobrevivientes de los Andes porque en alguna ocasión mi padre me la contó. En su relato lo que prevaleció fue el morbo del canibalismo y la desesperación por no morir. Mi idea del suceso era más macabra que inspiradora. En la película y en lo que obsesivamente he ido investigando después de verla, pude comprender que la experiencia que atravesaron estas personas va muchísimo más allá de la ingesta de carne humana. Ese suceso, tan fortuito, desolador e inimaginable, desnudó la verdadera naturaleza de aquellos hombres. Lejos de sentir asco, lo que ha despertado en mí este hecho es un profundo asombro, una honda admiración. En los relatos de quienes salieron vivos se explica que se llamaron a sí mismos “la sociedad de la nieve” porque debieron fundar nuevas formas de existir alejadas de lo que conocían. Esto, por supuesto, tenía que ver con tener que masticar y tragar el cuerpo de sus amigos, pero también y, sobre todo, con la determinación inquebrantable de colaborar los unos con los otros para salir ilesos. En esa nueva sociedad se hacían cosas impensables, como planear cruzar una cordillera para vivir y salvarse, poner al servicio de los demás la escasa energía vital y, en caso de ser necesario, el cuerpo mismo después de la muerte, o recolectar pequeñas pertenencias de los que partieron para el sosiego de quienes los esperaban. Impensable. Posible.
Estos días en Bogotá, los cerros se han incendiado y con ellos el debate esencial de nuestra generación: la desaparición del mundo o de la especie por mano propia. Unos dicen que el problema son los humanos mismos y su maldad intrínseca; otros, en cambio, creemos que es la incapacidad de materializar nuevas formas de hacer y existir en el mundo. Tal vez esa sociedad de la nieve, en donde lo impensado, no lo caníbal, sino lo solidario y lo determinado dio paso a la vida renacida, pueda inspirarnos a no darnos por vencidos en esta cruzada decisiva.