Recientemente se estrenó la nueva temporada de la serie televisiva Envidiosa, una comedia dramática que cuenta la historia de una mujer argentina que está empezando a vivir sus 40 sin tener resuelto todo su futuro amoroso, económico y emocional. Vicky, la protagonista, desea profundamente casarse y tener hijos, deseo que en el transcurso de la historia vamos descubriendo que está más relacionado con imposiciones sociales que con sus anhelos verdaderos. En el fondo, Vicky quiere lo mismo que quiere cada uno de los seres humanos que habita el planeta tierra: ser amada.
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Hace unos días, la guionista de la serie, Carolina Aguirre, escribió una serie de posts en Instagram que daban cuenta de una molestia: un grupo de mujeres salió en manada a decir que Vicky era “infumable”, que era un milagro que su pareja ficcional la “soportara” y que por supuesto, ellas estaban lejos de ser así. Este fenómeno que ampliamente conocemos como el de ser una pick me girl se refiere a un prototipo de mujer que, para ganar el favor masculino, necesita decir cada tanto que ella no es como las demás, que es distinta, cool, liviana, al mejor estilo del famoso monólogo que magistralmente interpreta Rosamund Pike en Gone Girl. No las culpo, al igual que todas, sufren la indecible presión de hacerse pequeñas para encajar. Sin embargo, yo soy más estereotípicamente parecida a Vicky: me nace decir lo que pienso y ocupo espacio. Me pesan las cosas, el mundo, es posible que yo también le pese a él y, aunque a veces quisiera ser como aquellas que parecen plumas al viento, defiendo mi derecho a habitar mi existencia desde la complejidad.
En la vida me he rodeado de pesadas, desde mi madre que pareciera estar destinada a abrir caminos, hasta mis amigas, colegas y adversarias. Todas mujeres que se salen del molde, de manera natural, casi que sin ninguna pretensión subversiva. Mujeres que sienten, que necesitan hablar como respirar, que responden cuando algo les incomoda, que han sido infieles, a las que les han sido infieles, que se emborrachan y cantan, que discuten con sus parejas, que aman intensamente, que tienen heridas, errores y contradicciones y cargan con ellos como pueden. Contienen en sí mismas toda la potencia de la vida y me emociona verlas atravesar el mundo a veces con gracia, a veces con torpeza, pero siempre con fulgor. No concibo que no existan, así como no concibo mi propio trazo vital reducido a la complacencia, el silencio impuesto y la aguadez.
Finalmente, lo que socialmente se ha decidido catalogar como “pesado” no es más que la vida femenina expandiéndose. Vicky Mori reconoce sus desbordes emocionales, trata de entenderlos y moderarlos pero sin achicarse en el proceso, por el contrario, ampliando su deseo y teniendo la audacia, la valentía y la picardía de perseguirlo. En mi columna anterior decía que no hay nada más censurado en la historia humana que el deseo femenino, ojalá entonces que, como Vicky, tengamos el coraje de entender el nuestro, no necesariamente para encarnar la revolución planetaria (otro mandato que se nos impuso en este tiempo), tampoco para hacer del caos un destino manifiesto, sino simplemente para seguir explorando cómo nos gustaría continuar viviendo, aunque al mundo sigamos pareciéndole infumables por ello.