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Escritoras

Cristina Nicholls Ocampo

05 de enero de 2023 - 12:00 a. m.

La escritura de esta columna la hago desde una mesa de madera rodeada de plantas agrestes y el sonido del mar de fondo. Decidí pasar la temporada de fin e inicio de año en el Pacífico colombiano. Quería un lugar que me permitiera alejarme del ruido y conectar con la naturaleza propia y externa. Mientras armaba la maleta tenía que decidir qué libros traer; debían ser pocos porque el trayecto en avión, carro, lancha, moto y a pie exigía un equipaje ligero. En la selección escogí a dos escritoras colombianas: Margarita García Robayo y Lorena Salazar Masso, la primera porque el año anterior sentí que su escritura removió mis capas telúricas internas, me sirvió de espejo y compañía; la segunda porque su novela transcurre en un territorio similar al del Pacífico y quería tener el contexto a la vista. Adicionalmente, dos libros de yoga con traducciones del sánscrito. Cuatro libros. Pocos, muchos o suficientes. Fueron cuatro. En el camino pensé en los que dejaba atrás, “tal vez debí traer un libro adicional”, un libro escrito por un hombre. Por supuesto, sigo siendo hija de mi contexto.

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Hace poco, en un episodio del pódcast de María Jimena Duzán, tres escritoras colombianas (Pilar Quintana, Vanessa Londoño y Sara Jaramillo Klinkert) se reunían para de conversar sobre las peripecias propias de ser mujer y atreverse a escribir en un mundo como el nuestro: falta de tiempo, de reconocimiento, el olvido histórico, las labores del cuidado, la precariedad monetaria, las presiones por ser extraordinarias. Cada una de ellas arrojó elementos nuevos sobre el ejercicio de escribir. Me sorprendió escucharlas, tranquilas pero determinadas, tejiendo un relato que muchas veces es subterráneo y se ve eclipsado por el resultado final. Hay mucho trabajo en la hechura de un libro y las escritoras trabajan el doble o el triple; aún así, creo que la calidad de sus obras no está determinada necesariamente por su esfuerzo aplicado: las escritoras colombianas son buenas, talentosas, y lo seguirían siendo si no tuvieran que remar tanto.

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Estando acá, después de atravesar una tormenta en una lancha frágil, me doy cuenta de que no me faltó ningún libro. Me he conmovido con esta Herida llena de peces y he visto reflejada mi propia intimidad en La encomienda; Lorena y Margarita me han acompañado frente al mar o en el vaivén de una hamaca sucia, han sabido llevarme a sus relatos, me han asomado a sus abismos y me han devuelto a tierra firme. Creo que a las escritoras colombianas hay que leerlas como una medida de justicia literaria, de reconocimiento, pero sobre todo hay que leerlas con la certeza de embarcar un viaje repleto de asombro. Ellas se han atrevido a observarse a sí mismas y al mundo —que es lo mismo— y lo han hecho con elegancia, crudeza, ternura, ingenio y arrojo.

Ojalá que sigan escribiendo. Ojalá que las publiquen más. Y ojalá que, por las razones que sean, las leamos más.

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