![“La traducción de ese “[Francia Márquez] está jugada” es “yo la manejo porque al final es una sirvienta””: Cristina Nicholls](https://www.elespectador.com/resizer/v2/B3DLUW36LZE3NDIZ5BN36AMFTU.jpg?auth=b8cdcf01e48cc5af5903c00696c4a2d7d48836e62131522a4a7aa42cdb7d6e59&width=920&height=613&smart=true&quality=60)
Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
En una columna pasada, reflexionaba sobre la fealdad de la oligarquía colombiana, de sus complejos, su desprecio a este país tropical y al atraso que nos han condenado por ser incapaces de ver más allá de sus narices. Después de publicada, surgió todo el escándalo de Álvaro Leyva, un hombre nacido en las entrañas de la aristocracia bogotana, criado en New York e incorporado desde muy joven en las filas del Partido Conservador. No pensé que tan pronto iba a salir un arquetipo singular que pudiera ilustrar la fealdad general de la que hablaba anteriormente, pero Colombia es sorprendente y ahí está: Leyva, el golpista.
Poseído por un rencor rancio, al verse despojado de poder, Leyva se dedicó a buscar todas las formas de desacreditar al presidente actual. En largas misivas puerilmente adornadas, el excanciller hablaba de supuestas enfermedades del presidente, de consumos desmedidos de sustancias, de abandono del cargo y de cuanta cosa se le pasó por la mente. Relataba episodios sórdidos solo respaldados por su propia imaginación que, por supuesto, fueron aplaudidos hasta rabiar por los odiadores de Petro. Una tras otra, las cartas fueron sucediendo y, de tanto en tanto, fueron haciendo mella incluso en personajes serios de la vida nacional. Nos dimos cuenta de que estas no eran simples misivas de un hombre despechado por la orfandad de poder. Estaba todo calculado: Leyva quería ambientar en el país una incapacidad del presidente para gobernar. Fue el periódico El País de España el que reveló una serie de audios en los que expresamente el excanciller habla de sacar a “ese tipo” de su puesto y de adelantar las gestiones que sean necesarias para lograrlo. También de reuniones en Estados Unidos (el pobre arrodillado) que le resultaron infructuosas y de cómo se sentía por encima de la vicepresidenta Francia Márquez, asegurando que estaba “jugada”, sin más pruebas que su propio prejuicio para sustentarlo.
Todo está ahí, la mezquindad y la vulgaridad de las que hablaba en el texto anterior. Álvaro Leyva se cree mejor que el resto. Cuando observa a este país siente desprecio, lo ve como una finca habitada por iletrados que no pueden gobernarse a sí mismos y que necesitan de su erudición para ser conducidos. En su interior maldice su linaje y el haber nacido en esta tierra. La forma en la que habla de Márquez lo dice todo, con la condescendencia de quien expresamente se siente arriba y con facultades para mandarla como le plazca. La traducción de ese “está jugada” es “yo la manejo porque al final es una sirvienta”. Da grima escucharlo hablar de sus viajes, de sus amigos internacionales, de las invitaciones a foros por fuera, como si con ellos lavara el pecado original de ser colombiano. Justo de ahí brota su odio, de su propio complejo, de sentir que lo único bello es lo extranjero. Leyva: un hombre que estaba dispuesto a propiciar un golpe de Estado en su propia patria sin importarle en lo más mínimo las consecuencias de ello, las vidas, la violencia, las instituciones, al final siempre es más importante la defensa férrea de la fealdad. Lo horrible para una tierra horrible con gente horrible. Así piensan. Así actúan.
No seré yo quien hable de santos y conductas sin tacha, pero a los 82 años espero estar felizmente muerta o, al menos, rodeada de un poco más de gracia y bondad que este hombre que en el ocaso de su vida decidió anteponer su vanidad a mínimos valores de civilidad y republicanismo. Ahora pasarán los días que le quedan arropado por la vergüenza. Ese será su castigo. Y ojalá lo sea para quienes decidan seguir su ejemplo.
