El pasado domingo, el periodista Daniel Coronell dio a conocer mediante su columna semanal en la revista Cambio el caso de la entrega de un préstamo y posterior subsidio a Juan José Lafaurie Cabal. El joven fue beneficiario de un crédito de 400 millones de pesos destinado a pequeños productores agropecuarios con tasa preferencial y, a su vez, se hizo a un subsidio de 95 millones de pesos, rendimiento que, en teoría, debería recaer sobre los campesinos más necesitados.
Posterior a la columna, Coronell intentó comunicarse directamente con Juan José para que de propia cuenta aclarara las dudas sobre el asunto. En lugar de ello, el joven decidió enviar a su padre, José Félix, para que enfrentara la entrevista por él. Lo que vino después es una pieza que nos ayuda a entender la manera en la que piensa y actúa la élite colombiana: un José Félix desencajado le regaló al país una verdadera radiografía de lo que es la burguesía nacional y del modus operandi por medio del cual han logrado amasar inmensas fortunas. Lafaurie hace referencia a una “cultura del trabajo” que heredó de su padre y que quiere legarle a sus hijos, habla de una abnegación y de una actividad esforzada por medio de la cual ha logrado construir su patrimonio, pero al detenernos y escuchar con atención, podemos entender que lo que para ellos ha sido una labor sacrificada, en realidad no es más que el acaparamiento de recursos y poder por medios como el subsidio que, sin necesitarlo, solicitó su hijo. En otro momento, José Félix hace referencia al “sueldito” de Juan José, diciendo que debe sacar dinero del mismo para abonar al crédito. El desliz que luego intenta corregir alegando que no quiere desmeritar el salario de su hijo nos muestra que Lafaurie comprende a la perfección que la riqueza portentosa que su familia ostenta no puede ser obtenida trabajando por un salario, derrotando la narrativa que tanto les gusta agitar: “el que es pobre lo es porque quiere”. Durante toda la entrevista utiliza un tono desafiante, no sólo con el periodista, sino con la audiencia. Habla como si el país mismo le debiera algo por “abrir montaña”, como si fuera un gran benefactor del campo y como si no fueran campesinos pagados precariamente los que con pico y pala en mano hacen el trabajo del que él tan vehementemente se ufana.
Ya Coronell ha hablado de todos los pormenores materiales del caso: la posición directiva de José Félix en Finagro en el momento en el que su hijo solicitó el crédito, el funcionario estatal que atendió la visita de la Contraloría a los predios beneficiados, un comodato confuso y demás entuertos del episodio. Más allá de estos imprescindibles datos periodísticos, lo que he querido con la serie de columnas tituladas “La discreta fealdad de la burguesía”, es que comprendamos el ethos de nuestra burguesía nacional: es así como piensan y es así cómo actúan los mega ricos en Colombia, amontonando poder y fortuna por medios inmorales y enseñándole a sus vástagos la perpetuación de estas prácticas, además diciendo que quienes desean y, sobre todo, necesitan acceder a los beneficios de los que ellos disfrutan son “vagos”. Un despliegue de cinismo y de vulgaridad que se compromete radicalmente con una estética de la mentira, la trampa y el engaño. En este caso en particular, si cierto fuera que el deseo del señor Lafaurie es que su hijo emprenda labores en el agro, habría podido él mismo prestarle los 400 millones que requería. Pero en el fondo no se trata de eso, se trata heredarle a su prole las formas por las cuales se han enriquecido por generaciones enteras.
A esta manera de concebir el mundo, a la avaricia ilimitada que es el eje sobre el que gira esta forma de vivir, hay que oponerle una ética y, por ende, una estética polarmente distinta. Hay que apelar y construir un sentido común comprometido, solidario y transparente. Ese finalmente es el gran reto que enfrentamos en este tiempo, poder darle vuelta a la mezquindad y el individualismo tan profundamente arraigados en todos e identificarlos como expresiones de una minoría que desprecia la belleza y la bondad del resto. Ojalá el próximo año nos dé más luces para lograrlo.
Nota: gracias a mis lectores y a El Espectador por este 2025 de escritura. Ha sido, como siempre, un viaje inmensamente enriquecedor y gratificante.