Está muy en boga en redes sociales la exposición de lo que digitalmente se ha denominado “hombre performativo”. Se trata de una caricatura que muestra a un varón haciendo alarde de determinadas características estéticas para parecer más afín a las preferencias de cierto tipo de mujeres y así poder acceder a ellas desde un lugar de cercanía. Té matcha, libros de pensadoras feministas, bolsos de tela y en general toda una parafernalia que termina derrumbándose espectacularmente luego de una conversación de diez minutos. Me parece que un poco eso pasa con Daniel Quintero en la política y en la izquierda.
Daniel se ha encargado de protagonizar algunos últimos actos histriónicos que tienen mucho de show y de deseo de ser notado pero poco de fondo. Su viaje a la isla Santa Rosa para plantar una bandera colombiana, el video en el puente de Boyacá con otra bandera, la de “Libertad o Muerte” y su aparición en el congreso de la ANDI ondeando una insignia Palestina cuando como gobernante hizo acuerdos con el Estado de Israel. Quintero sabe que en los tiempos que corren los golpes de opinión lo son todo: el ruido, los fuegos artificiales, la exaltación de figuras individuales como si de superhéroes se tratara. Justo así han llegado al poder hombres megalómanos alrededor del mundo, él lo ha visto y quiere ser uno de ellos, esta vez capitalizando un proceso de descontento que se ha venido incubando en el país en los últimos años.
Pero para entender de quién estamos hablando basta con echar una breve mirada al pasado: Quintero ha pasado por el partido Conservador, por el Liberal, por el Verde y por un par más creados por él mismo. Votó por Álvaro Uribe no solo para su primer periodo presidencial, también para el segundo, cuando ya era ampliamente conocido su carácter autoritario. Está imputado 43 veces en casos relacionados con corrupción por sus actuaciones como alcalde; él y sus alfiles no han dudado en atacar públicamente a figuras que llevan en la izquierda toda su vida y lo más grave de todo es que sus propuestas no apelan a la solución estructural de los problemas del país, no están alineadas con lo que el movimiento popular ha construido por décadas y no honran unos principios básicos que deberían enarbolar todos los que quieren hacerse a un lugar en el poder a costa de los votos alternativos. Las propuestas de Daniel son como su campaña: aparatosas, teatrales y superficiales. Y así mismo es él, un hombre que identificó rápidamente que el proyecto del uribismo está menguado desde hace algún tiempo y decidió mover sus fichas en sentido contrario. Pero ser antiuribista no es suficiente, lo hemos aprendido con el tiempo, para cambiar a Colombia se necesita más, muchísimo más y Daniel no lo tiene porque sus motivaciones tienen que ver más con la ambición individual que con un sentir comunitario.
He sido yo quien muchas veces ha apelado por una izquierda más amplia que se despoje de dogmas y pueda acercar a ciudadanos comunes a sus causas, he sido yo quien en principio aplaudió la apertura inicial del presidente Petro en la conformación de su gabinete ministerial y soy yo quien ve valioso el aporte de algunos políticos tradicionales al proyecto alternativo. Pero esta vez también seré yo quien señale que la izquierda no debe entregar sus acumulados políticos ni sus banderas a un “hombre performativo” como Daniel Quintero. Ojalá no nos gane su puesta en escena.