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La política es el escenario natural de la confrontación de ideas y así debe seguir siendo. Pretender la homogeneidad de pensamiento no solamente es un imposible, sino también la semilla de realidades tremendamente violentas. Así mismo, la política es un juego, una carrera entre adversarios que persiguen el poder. Teniendo esto claro y sin pecar de ingenuos, hay quienes pensamos que lo político debe también estar construido sobre mínimas bases de decencia, respeto, humanidad y ética.
En las pasadas elecciones presidenciales, la entonces candidata Íngrid Betancourt señaló en un debate que en una visita que le realizó a Gustavo Petro hace varios años lo encontró “tirado en el piso sin poder moverse ni hablar”. El hecho causó varias críticas por la inaceptable violación a la intimidad del actual presidente y la incalculable bajeza que representa ventilar hechos de esta naturaleza ante millones de personas. No es de incumbencia nacional si es cierto o no lo relatado por Betancourt, lo que sí interesa es la ruindad que encierran este tipo de movidas. Por estos días Betancourt las repite y es secundada por personajes como Héctor Abad Faciolince, quien se sumó con sorna al lamentable coro en una intervención reciente.
Varias preguntas quedan flotando cuando surgen este tipo de sucesos, la primera es cuál es el límite de la decencia y el respeto por el adversario en política. Vale la pena preguntarse si es necesaria la bajeza para enfrentarse a un contradictor y si defraudar la confianza de los otrora amigos es legítimo en la batalla por el poder. La segunda es qué les espera a debates públicos como el de la salud mental en manos de personas como Betancourt y compañía, temas que necesitamos dejar de estigmatizar y señalar, que se nos hace tarde para asumir desde otro enfoque y que a muchos hoy nos causa temor y vergüenza expresar precisamente por este tipo de reacciones. La tercera, y más importante, es si nuestras figuras públicas (políticas, intelectuales, académicas) están preparadas para asumir la confrontación de ideas con altura y con perspectiva de futuro. Pareciera que no.
