En días pasados, se llevó a cabo la ceremonia anual de entrega de los premios Oscar. En ella, como sabemos, se premia lo que, a juicio de la denominada academia, es lo mejor del cine reciente. Esta vez la ganadora a mejor película, el galardón más codiciado, fue Anora, de Sean Baker. Una película que explora la vida de una joven bailarina erótica en un bar de Nueva York.
Me ha sorprendido ver algunas reacciones a la película, la mayoría de gente joven, que con una facilidad pasmosa lanzan juicios incontrovertibles sobre la naturaleza material y moral de la cinta. Que es una oda a la protitución, que el director es un machista, que sigue a ciertos personajes en redes sociales. Yo sé que no hay nada más reaccionario que lanzar críticas sobre las generaciones más jóvenes que la propia, pero en este momento me parece ver en los más chicos el reencauche de un puritanismo característico de las facciones más conservadoras de la sociedad. Intentando entender el por qué de este contrasentido, encuentro en los productos de las redes sociales unos efectos que están reduciendo el razonamiento humano a su mínima expresión. Videos de 15 segundos, imágenes plastificadas producidas por la IA, consecuencias de una tecnología dominante, acaparada por grandes billonarios con intereses particulares, herramientas que se han alejado de la expansión de los sentidos y el pensamiento, y que ahora abogan por su reducción, por su achicamiento. La plantilla única para interpretar el mundo ya está implantada: la indignación y la cancelación. Ni siquiera una acción movilizadora a partir de esto, solo un bucle interminable hasta la siguiente funa. En cierta manera, es el mismo efecto de la pornografía en quienes son adictos a ella: un subidón de dopamina que atrofia la sensibilidad y exige productos cada vez más explícitos para obtener resultados. Eso, la literalidad, la incapacidad para preguntarse por los subtextos, el trasfondo.
En esa misma vía, está la extrema corrección política que no es más que otra expresión del conservadurismo punitivista. La urgencia de cancelar, de anular, de eliminar. La completa falta de imaginación, la prescripción de la curiosidad, de la conversación y aún más la compasión. Un sistema que se muerde la cola y que termina devorando a quienes la acuerpan, porque todo lo humano, bajo la óptica punitivista, puede y debe ser castigado.
La única oposición que se me ocurre ante semejante agonía espiritual y sensitiva que enfrentamos es la vida misma. La única manera en la que podemos entender las capas de todo lo existente es experimentándolo. Salir al mundo como resistencia y adentrarse en uno mismo para descubrirlo. El fracaso, la soledad, el temor a no ser amado, las ilusiones rotas, todo lo que Sean Baker nos muestra con sutileza en Anora solo puede ser entendido si renunciamos a la respuesta rápida que nos han implantado y nos atrevemos a vivir. A eso invito en esta columna, a ir adentro para entender el afuera.