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Todavía hay un mundo

Cristina Nicholls Ocampo

19 de diciembre de 2024 - 12:05 a. m.

Habitamos un tiempo de agudización de las crisis estructurales que atraviesan al mundo: la política, el ambiente, la economía, todo pendiendo de un hilo, todo tambaleante al vaivén de poderes que aún no terminamos de comprender. La comedia y la tragedia de lo que alcanzamos a percibir tienen la pulsión de muerte disparada; existe acá y en otras latitudes un descuido colectivo en las formas, en la cotidianidad, en la vida en general. Andamos de manera desprolija, exudando tedio, aportando a la agonía de todo lo que hace que ser humano valga la pena. En días recientes he visto mis redes sociales inundadas de imágenes generadas con IA. Plastificadas, simplonas hasta el hartazgo, retratos de la muerte de la imaginación, del humor, de la sátira. Síntomas de nuestro tiempo. Y las generamos aún y cuando la inteligencia artificial consume millones de litros de agua para poder funcionar. Lo hacemos en medio de la escasez, del racionamiento, de la sequía. Tiramos de la manera más burda de la cuerda de la autodestrucción. Vivimos en una ciudad llena de basura en donde a nadie le importa ya tirar la suciedad en público para que todos podamos caminar entre ella. El plástico ya penetró las fibras más profundas de nuestro organismo y lo seguimos comprando de manera compulsiva. Estamos inmersos en una vorágine frenética que parece que lo consumió todo en su remolino.

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Cuando hay tanto ruido es importante mirar hacia atrás; yo lo hago generalmente a través del cine o la televisión. Una de mis series favoritas, Mad Men, retrata la vida de un grupo de publicistas en New York en la década de los sesenta. Aunque no es su objetivo central, es especialmente brillante el tratamiento que da a sucesos que partieron en dos la historia americana. El asesinato John F. Kennedy, después el de Martin Luther King, el alunizaje, la crisis de los misiles, la bomba atómica. Lo importante es la reacción de los personajes a estos episodios, la asimilación de los sucesos. En uno de los capítulos la destrucción nuclear está muy cerca, se van apagando las oficinas, hay una suerte de resignación colectiva, las personas se refugian en lugares recónditos y todo lo cubre una espera espesa. Pero la bomba nunca estalla en USA y la tierra sigue girando sobre su propio eje. Entonces, lo que queda, lo que es realmente importante, es lo que los personajes hicieron antes, durante y después de la crisis, no el hecho en sí mismo.

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Como en Mad Men (y como en la vida real), después de nosotros existirá un mañana: no somos los primeros ni los últimos que enfrentamos la sensación de que todo acabará pronto. La disputa vida/muerte ha hecho parte de la existencia humana desde siempre, la balanza mueve sus cargas todo el tiempo y quienes nos encargamos de poner o quitar peso de los platos somos nosotros mismos. Creo que, aunque todo tire para abajo, hay que esforzarse en creer que aún existe un mundo que merece la pena observar con detenimiento, curiosidad, fascinación. Hay quienes aún hoy lo hacen con gracia, ternura y brillo. Tal vez, son y serán ellos los personajes principales de esta historia, y tal vez ellos la contarán victoriosos. Ojalá.

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