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El pasado 20 de enero, el mundo observó no con poco asombro la posesión del segundo mandato de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos. Como en una escena de The Handmaid’s Tale en esteroides vimos desfilar todo tipo de personajes; una exposición iridiscente que echó mano de la exageración para rendir culto al slogan de grandeza. Varios fotogramas reveladores nos dejó la investidura, desde el atuendo de la primera dama hasta las instantáneas de la reunión de los hombres más ricos del mundo.
Mark Zuckerberg, Jeff Bezos, Elon Musk y Sundar Pichai los dueños de Facebook, Instagram, Amazon, X y Google fueron algunos de los invitados más retratados. Muy de cerca al nuevo presidente se les vio sonrientes y satisfechos. Es tal vez la primera vez que se reúnen estos gigantes tecnológicos para manifestar de manera tan frontal sus preferencias políticas. Algo de nuestro tiempo se reveló ante nosotros, los dueños de las plataformas por las cuales nos comunicamos avalan a un hombre que no dudó en propagar noticias falsas para favorecer su campaña. Es así, asistimos a la confirmación expresa de algo que ya muchos sostenían con antelación: los mundos algorítmicos que utilizamos a diario no son neutrales ni equilibrados, implantan relatos a conveniencia y es a todas luces falsa la premisa de la democratización de la opinión que por años nos han vendido las redes sociales. Preocupa aún más que uno de estos magnates haya hecho un saludo con inocultable contenido hitleriano y que sea él el dueño de la red social política por excelencia.
Los coletazos sacuden Latinoamérica. El presidente de Argentina, Javier Milei, no se ahorró ninguna palabra descalificante para quienes criticaron el gesto de Musk y prometió persecución para todo el que pensara distinto. En el foro económico de Davos, en lugar de revelarle al mundo la fórmula secreta que sacaría a los países de la miseria, se dedicó a despotricar de las mujeres y los homosexuales. Una reproducción de los discursos implantados en el norte que ya empieza a hacer eco en toda Latinoamérica. Por supuesto, no faltaron los colombianos en el acto, vimos a algunos políticos de la oposición posando con la gorra roja y aplaudiendo airadamente. Otros más atrevidos (o más ridículos) se lanzaron a proponer la copia de la consigna ganadora “Make Colombia Great Again”.
Todo esto, además de llevarnos a la angustia y la risa nerviosa que produce el teatro del absurdo, debe conducirnos a hacernos preguntas incómodas. La historia nos ha relatado que los odios de las masas provienen de profundas carencias y sufrimientos cotidianos irresueltos, en medio de la desesperación por la falta de cobertura de las más íntimas necesidades humanas, es fácil proponer fórmulas perversas. Entonces, ¿han fracasado hasta ahora las políticas implementadas para la consecución de un mundo menos desigual? ¿La timidez de los líderes mundiales a la hora de proponer soluciones efectivas a los graves problemas de la humanidad nos está pasando cuenta de cobro? ¿Cuáles son los límites que se les deben imponer a los gigantes de las tecnologías en el marco de la defensa de proyectos políticos democráticos? Bernie Sanders ya algo decía, no debería ser sorpresa para el Partido Demócrata la derrota reciente. Una colectividad que renunció a representar los intereses de las mayorías norteamericanas y se dedicó a proteger intereses ajenos al bienestar general de la ciudadanía. Y así, colectividades de todo el mundo. En tanto no tengamos la audacia y la valentía de respondernos y actuar en consecuencia, seguiremos asistiendo a la deformación monstruosa de la política global.
