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El terrible atentado perpetrado en contra de Miguel Uribe Turbay nos dejó un aturdimiento nacional: la sensación de una ondulación muy fuerte que aún golpea los oídos del país. Ahora, que estamos saliendo de a poco del aletargamiento, y luego de todo el horror que significa ver a alguien ser baleado y de oír la voz medianamente infantil del determinador implorando por su vida, se va dibujando el gran interrogante: ¿Y ahora qué hacemos?
Creería yo que lo primero es esperar que las ondas se disipen, no todo tiene que ser solucionado de inmediato ni tienen que movilizarse grandes estratagemas ni ruedas de prensa estrafalarias. También el asimilamiento, la mesura, el pudor y el respeto pueden decir cosas fundamentales en estos casos como, por ejemplo, que la vida es sagrada y que con la de nadie debería hacerse proselitismo. Lo segundo es aceptar la gravedad del hecho, sea quien sea el artífice, está completamente determinado a utilizar el terror como estrategia política, contando además con un andamiaje criminal que se lo permite. Lo tercero es intentar hackear las intenciones de quien está detrás de esto, comprender sus objetivos es fundamental para no perecer. En esta vía, habría que echar una mirada a nuestra historia. No voy a extenderme en las atrocidades que como país hemos vivido, ya las conocemos, lo que quiero señalar es que la violencia ha sido utilizada para inducir el shock en la población y detener saltos sociales, políticos y culturales de toda índole a lo largo de nuestro camino republicano. Parecemos estar inmersos en un bucle infinito que nos condena a regresar siempre al punto cero. Y eso, justo eso, es lo que busca ese acto brutal. En Colombia estábamos empezando a construir una democracia que, no sin errores e inmensas dificultades, iba conversando sobre otros temas: salud, pensión, trabajo, género, todas agendas que ha sido posible discutir por que hemos podido ir desplazando el miedo y el horror del centro del debate. Por supuesto, no vivíamos en extensos remansos de paz, enfrentamos delicadisimos problemas humanitarios, de seguridad, de derechos humanos, pero al menos estábamos dando saltos cualitativos en las discusiones de país. Este atentado es contra la vida del senador Uribe Turbay, pero también es en contra del núcleo fundamental de la democracia, y ahí hay que plantar un PARE contundente.
La respuesta entonces a la pregunta del qué hacer, más allá de la reacción fácil de la polarización y el tono, es la profundización de la democracia. Colombia hoy tiene la opción de dejarse arrastrar de nuevo a ese punto cero o, por el contrario, puede continuar avanzando aún y con este panorama turbio. Sin ambages, sin teorías mezquinas, sin minimizar lo sucedido, se debe condenar el atentado de manera categórica, se deben reforzar las medidas de seguridad de todos los actores políticos y sociales del país, pero no se debe ceder al silenciamiento que se nos pretende imponer a tiros. La única manera de atravesar esto es con más: más participación, más movilización, más discusión, más confrontación de ideas y más imaginación.
A los violentos desquiciados, completamente embebidos de las más oscuras pretensiones hay que exigirles con hechos que dejen a Colombia en paz. Por favor, dejen que la ciudadanía tenga la posibilidad de construir un devenir propio. Su tiempo ya pasó.
