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Atraco a una hermana


Cristina Carrizosa Calle

01 de agosto de 2024 - 12:05 a. m.

Esta columna iba a llamarse “Fiesta en el barrio”. Hago parte de los ingenuos que pensaron que el dictador Maduro podría haberse agotado del festín de 25 años y del desangre a todo un país al que ya se le ve en las costillas. Creí que habría cedido ante la valiente oposición ganadora para irse a gozar de lo saqueado. Incluso, en la mañana del domingo, ilusionada, escribí a Christian, un joven guapo de 26 años que, siendo ingeniero informático graduado en una universidad de Caracas, hizo del oficio de la peluquería el medio para subsistir en Bogotá y para sostener a su hermana discapacitada y a su sobrino atrapados en su Venezuela ultrajada. “Esta vez parece que sí va a ser”, me dijo.

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Sin pudor alguno, el régimen notificó a Christian y al resto de venezolanos del robo de la elección a la oposición. Pero el asalto también hirió al mundo democrático y a los colombianos para quienes eso de la “hermana república de Venezuela” dejó de ser sólo una frase cursi. Nunca como ahora, se siente a ese país como hermano.

La diáspora ha enriquecido a Colombia en nuestra cultura, en nuestra economía y en nuestras vidas. Alrededor de tres millones viven entre nosotros y una nueva generación de sus hijos es colombiana. A ellos les robaron su dignidad, su capacidad de escoger y su posibilidad de autodeterminarse; no hay peor atraco moral, ni peor menosprecio a la libertad, que desconocer la decisión autónoma sobre el propio rumbo.

Las consecuencias de la ya desenmascarada dictadura serán difíciles también para Colombia; el régimen terminará radicalizándose y el mundo aislará a Venezuela aún más, lo que tendrá efectos en una economía que estaba en recuperación. Esto generará una nueva ola de migrantes, se fortalecerán los crímenes transnacionales y se fortalecerán las economías ilegales que nos involucran; el narcotráfico se intensificará y los grupos armados colombianos contarán con tierras venezolanas como descansadero, lo que dificultará cualquier intento de paz.

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¿Cómo no indignarnos como demócratas y no conmovernos como hermanos? La respuesta del gobierno de Colombia ha sido tardía. El presidente se tomó casi tres días en reaccionar; lo hizo un día después de su referente, el presidente Lula. Invitó al gobierno venezolano a la transparencia y recordó el espíritu de Chávez. ¿El golpista espíritu de Chávez?, me pregunto. Hay que decir, que salvo por esa inspiración, el mensaje es el de un mandatario serio y responsable. Pero como los silencios sostenidos también envían mensajes, inevitable es que hubieran surgido dudas sobre el talante democrático del presidente y sospechas sobre sus intenciones futuras. Nos ofendió a todos al mantenerse impávido ante el maltrato a la hermana república y produce repudio la complicidad declarada de miembros del Pacto Histórico con el régimen venezolano. Confirman lo que son, avergonzando a toda una nación. ¿Acaso lo de la “política del amor” tiene matices y nacionalidad?

Ojalá que capítulos tan aberrantes de la historia antidemocrática de la región den pie para que la comunidad de naciones pueda repensar la fallida institucionalidad multilateral, que hasta hoy se ha quedado en las formas y en declaraciones.

¡Viva Venezuela libre!

Por Cristina Carrizosa Calle

Abogada egresada de la Universidad de los Andes, con experiencia de más 25 años como consultora y asesora tanto en el sector público como en el privado. Fue asesora de la Presidencia de la República, diplomática y directora de organizaciones que emprenden proyectos de alto impacto social. Columnista y panelista radial
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