“¿Por qué es grave que Iván Duque publique su foto con Netanyahu?”, me preguntó mi hija adolescente. Y, como ella, muchos —desde el desconocimiento, la ideología o la simple frivolidad— no vislumbran el alcance de un acto que le compromete ante los colombianos.
Los expresidentes constituyen una institución democrática. Muchos siguen siendo jefes naturales de sus partidos y arrastran votos decisivos en las elecciones. Por su experiencia en el manejo de los asuntos de Estado, suelen ser fuente de consulta de gobiernos serios y responsables y, como institución, quedan retratados en la galería histórica de la nación, con mayor o menor brillo, según su imagen pública y aporte histórico: lo que hagan o digan tras dejar el poder tiene repercusiones para el país, sobre todo en escenarios internacionales en los que, de alguna manera, lo representan. De tal manera que, desde su rol institucional, Duque lleva consigo representación simbólica del país y, aunque no ostente funciones de Estado, genera efectos políticos.
Desde la óptica internacional, Benjamin Netanyahu enfrenta un proceso en la Corte Penal Internacional por crímenes de guerra y de lesa humanidad que le mantiene atrincherado en Israel. Dentro de su propio país está más debilitado que nunca y enfrenta una oposición que reconoce su comportamiento genocida. En ese contexto, Duque decidió reconocerle honor y legitimidad a un despreciable criminal de guerra. Se usaron mutuamente: de no tratarse de nuestro expresidente, Netanyahu no habría posado con Iván Duque, quien aparentemente anda en el propósito de alcanzar un rol preponderante, no se sabe bien cómo y para qué.
El episodio impresentable no lo define sólo desde lo institucional y político; desde lo personal, Duque se muestra como quien intenta brillar al lado de alguien que demerita más que exalta. Duque, el que mandó expulsar los demonios de la Casa de Nariño; el piadoso que se arrodilla frente al altar; cálido padre de familia, ciudadano virtuoso, sano DJ y animador de parrandas vallenatas, le mostró al país que honrar al genocida, si tiene poder, vale el precio de una foto, así la fama provenga de quien avergüenza a todo el género humano ¿Acaso será esto un versículo del “Evangelio según Iván”?
Duque fue un juicioso burócrata nombrado por Juan Manuel Santos en el BID; luego un soldado de la causa uribista, acucioso congresista y, como presidente, logró discretos resultados destacándose como buen gerente de la pandemia. Sin embargo, la foto comprueba, una vez más, por qué aún no ha alcanzado la talla de estadista. Prefiero pensar que fue la necesidad, mal entendida, de reconocimiento; prefiero creer que se dejó llevar por intereses privados; prefiero suponer que es víctima de falta de criterio y no un acto de profunda convicción moral, el apoyarse en quien ya es el culpable de la muerte de más de 17.000 niños, muchos de ellos de física hambre. Esto trae a la memoria la conocida Ley del Talión que intenta justificar una ominosa venganza.
Mi hija menor quedó convencida de mis argumentos y yo contenta con ello, porque la ideología se ilustra, pero la moral se educa.