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El individualismo infecundo

Cristina Carrizosa Calle

24 de abril de 2025 - 12:05 a. m.

El mundo contemporáneo ha tenido que lidiar con el aumento de la población, pero jamás se ha enfrentado a un decrecimiento generalizado, sostenido y acelerado. En Colombia las cifras comienzan a ser preocupantes: recientemente, el DANE reveló una caída de casi 172.000 nacimientos en los últimos tres años.

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Al diagnóstico general le han surgido múltiples análisis sobre las causas de este escenario y sobre la forma de pararnos en él; sin embargo, el primer reto debería ser dilucidar si este es un obstáculo al desarrollo, o si se trata de una forma espontánea de conseguir un ritmo sostenible del mismo.

Esta coyuntura, que se aborda desde muy variadas dimensiones y bajo el prisma ideológico, reconoce siempre un dilema para el futuro de la humanidad: desde la visión sociocultural, las corrientes de derechas otorgan al fenómeno un matiz de carácter ético y moral ante la crisis de la familia tradicional que toca elementos culturales y muchas veces religiosos. En cuanto a la perspectiva económica, las mismas corrientes miran el problema a partir del desequilibrio entre la oferta de recursos y la demanda de servicios dirigidos a una población cada vez mayor y de cara a la productividad. En últimas, y como casi todo en economía, es un problema de oferta y demanda que requiere la puesta en marcha de políticas públicas capaces de resolver ese desbalance.

Las corrientes de izquierda o menos tradicionalistas no siempre ven el fenómeno como problemático. De una parte, los avances sociales de Occidente reconocen a la mujer su derecho a decidir sobre la maternidad, y de la otra, existen cuestiones más de corte idealista, como la sostenibilidad del planeta, que parecen vislumbrar la esperanza de un mundo mejor si es menos poblado. A todo lo anterior se suman barreras sociales, geopolíticas y económicas que dificultan la decisión de concebir o procrear y cambios culturales que han descolocado las prioridades y opciones de vida del hombre y la mujer.

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“Nos dirigimos hacia la era de la despoblación”, afirmó recientemente el economista Nicholas Eberstadt. Esto nos pone de frente a un dilema ético ante la visión individualista del ser humano que no parece detenerse en preguntas como: ¿Estamos contribuyendo al final de la especie? o bien, ¿cómo conciliar los derechos y libertades individuales, poderosas conquistas modernas, con la responsabilidad de cada individuo frente a la supervivencia de la humanidad? ¿Para qué una guerra cultural que sirve más al animalismo, por ejemplo, que al humanismo?

Recientemente, en la red social X, encontré un post en el que alguna aguda tuitera escribió: “No tener hijos es una forma muy poderosa de protesta”, a lo que otra mujer brillantemente respondió: “Tenerlos también”. Creo que ese diálogo revela elementos esenciales de dos vertientes del feminismo con indudable protagonismo en este asunto. La decisión de no tener hijos, como aquella de tenerlos, va más allá de una simple opción íntima y personal de vida, porque crea consecuencias que superan los límites del propio techo y del propio ombligo.

Comprendo lo denso y delicado de tratar temas que tocan a lo más íntimo de las convicciones; a mi juicio, esta columna sería espacio en blanco, si no tuviese vocación de plantear elementos de discusión y reflexión.

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Por Cristina Carrizosa Calle

Abogada egresada de la Universidad de los Andes, con experiencia de más 25 años como consultora y asesora tanto en el sector público como en el privado. Fue asesora de la Presidencia de la República, diplomática y directora de organizaciones que emprenden proyectos de alto impacto social. Columnista y panelista radial
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