En 1972, el periodista David Halberstam publicó The Best and the Brightest, un clásico del reportaje político cuyo título irónico aludía al grupo de brillantes tecnócratas que rodearon a John F. Kennedy y luego a Lyndon B. Johnson, y que, pese a sus credenciales, empujaron a Estados Unidos a la guerra de Vietnam. Más allá del desenlace, la idea de convocar a los mejores y más brillantes sintetiza el espíritu de una época: el de un presidente como JFK, que creía en el mérito y entendía el poder como inteligencia colectiva.
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Colombia necesitará algo similar a partir de agosto de 2026. El sucesor de Gustavo Petro no heredará solo un Estado con crisis sectoriales, sino un país exhausto, dividido y fiscalmente asfixiado. El reto será gobernar con liderazgo sereno y competente, y rehabilitar una nación golpeada por el desgaste institucional y anímico. De ahí el término “postpetrismo” que he venido utilizando en mi cuenta de X; más que en el sentido crítico, se refiere a la necesidad de un cambio en la visión de país que la ciudadanía reclama, como lo demuestran las encuestas.
El gobierno del “postpetrismo” debe ser restaurador: el nuevo mandatario o mandataria deberá tejer un pacto de gestión con la ciudadanía, basado en hechos, certezas y confianza. Su legitimidad no se jugará sólo en las urnas, sino en la conformación de un equipo pluralista, técnicamente solvente, que seguirá la hoja de ruta trazada en la línea de un liderazgo decente, en el que de la ideología no se haga un altar, y en el que lo técnico recoja la idea de construir sobre lo construido, incluso si fue Petro quien lo edificó. El “postpetrismo” deberá fijarse derroteros en la vía de la recuperación, sin perder de vista que el foco del desarrollo es cumplir con metas de crecimiento que le apunten a atender la pobreza, la desigualdad y tantos desafíos en lo social que Colombia, con o sin Petro, sí requiere absolutamente atender. Así, el “postpetrismo” también podría ser el tiempo propicio para que la izquierda se sacuda de la deshonra del petrismo y reconstruya su nicho, reoriente sus bases y descubra nuevos y mejores referentes y liderazgos.
La lista de tareas es abrumadora: en lo fiscal; en la recuperación del orden público (con nuevas y eficaces estrategias de paz y seguridad); en el rescate del desintegrado sistema de salud, del sector energético; y, sobre todo, la reconstrucción del ánimo colectivo luego de los innumerables escándalos de corrupción que han menoscabado el patrimonio de la nación. El gobierno del “postpetrismo” heredará los efectos de un cuatrienio de despilfarro, improvisado desde la doctrina y la satanización de lo técnico y, por tanto, el nuevo presidente o presidenta deberá estar en capacidad de convocar y aglutinar lo mejor y más brillante de una tecnocracia rechazada.
La coyuntura actual, sin embargo, muestra el riesgo de la proliferación de candidaturas, muchas de ellas valiosas pero fragmentarias y sin una opción clara. Estas obstaculizan una salida amplia y segura hacia el “postpetrismo” regenerador. Sería urgente un acuerdo entre esas candidaturas que respaldasen al más opcionado en la tarea de llevar a Colombia a la convalecencia. Ese sería el verdadero cambio de marras.