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No sabemos cuál será el número de muertes como la de Juan Manuel Villamil, el niño de 11 años que hace poco murió de una epilepsia fácilmente evitable por la medicina que nunca le llegó. Los enfermos de hepatitis C, de tuberculosis y de malaria, de diabetes, se han visto a gatas para conseguir los medicamentos que requieren. A diario se conocen casos de personas que deben dosificar sus tratamientos debido a la escasez de medicinas. Las imágenes de filas interminables de personas desesperadas buscando su cura demostraron que la situación hizo crisis mientras el presidente Petro parece decidido a llevar hasta sus últimas consecuencias la decisión de enterrar el sistema de salud y, por lo visto, a muchos colombianos por enfermedades que tienen remedio.
“Estábamos advertidos” o “¿qué es lo que sorprende?” dicen orondos quienes con suficiencia señalan a otros su voto por Petro o en blanco. No: nadie votó por ver colombianos morirse por falta de cura, o masacrados por el fracaso de la tal Paz Total, o de vergüenza ajena por la evidente indignidad de un primer mandatario a quien le sobra inconsciencia y le falta buen juicio.
Y mientras vemos cómo la historia le pasa factura a Petro y al petrismo por haber cogido a Colombia de tubo de ensayo ideológico, el presente debería poner a reflexionar al país político y a los técnicos jurídicos sobre las implicaciones de un sistema presidencialista que, en tiempos de crisis de sanos referentes y de proliferación de locos liderazgos, tiene problemas para limitar el actuar de caudillos nefastos o engreídos personajes que se creen con la capacidad de llevar las riendas de sociedades tan complejas como la nuestra.
¿Qué habría sido de Gustavo Petro y de este Gobierno si, en cambio del sistema presidencialista en el que el presidente ha gozado de tanto poder —más para deshacer que para hacer—, tuviésemos un sistema como el parlamentario en el que el ciudadano vota por las ideas de un partido o coalición de partidos que se encargan de decidir quién encabeza su liderazgo y no por personas que se sienten ungidas por el pueblo? ¿Qué sería de este Gobierno si la moción de censura fuese una herramienta expedita en nuestro ordenamiento? Me atrevo a responder que muy probablemente, ante la imposibilidad de coaliciones que saquen adelante reformas concertadas, y ante la evidente incapacidad de gobernar, Gustavo Petro ya no estaría en el Gobierno y nos habríamos evitado años de retroceso, desaciertos y vergüenzas. Probablemente los pesos y contrapesos serían más efectivos, el equilibrio entre poderes más plausible y los partidos políticos serían corporaciones más fortalecidas, disciplinadas, maduras ideológicamente y sus miembros serían medidos por la decencia y la competencia.
Este análisis puede resultar simplista pero contribuye a comprender los riesgos del presidencialismo que nos rige y, mientras los expertos dan ese debate que debería estar sobre la mesa después de la nefasta experiencia que hemos vivido por cuenta de persona de Gustavo Petro, los ciudadanos comunes debemos estar atentos a escoger con pinzas, a ponderar talantes democráticos, a estudiar las personalidades, trayectorias y experiencias, así como a leer bien el tono de quienes se están ofreciendo para conducir a Colombia. Porque incapaces, dictadores, autócratas, guaches o guachas, los da cualquier extremo.
