Quienes no hacemos una oposición activista al Gobierno y esperamos que Colombia avance, nos la pasamos buscando logros de exaltar, metas cumplidas de ponderar y buenas intenciones de reconocer. Por eso, esta columna iba a llamarse “Verde esperanza”, pero al final el título cambió.
Imposible negar que Colombia, país megadiverso, ha logrado convertirse en los últimos dos años en un actor clave dentro de las acciones por la biodiversidad a nivel global, hasta el punto de haber conseguido la sede para la COP16. Incluso, la ministra se convirtió hace poco en la primera colombiana en recibir el premio de Liderazgo Global otorgado por Vital Voices Global Partnership.
Existe también consenso sobre los buenos resultados en el control de la deforestación: 54 % es la reducción acumulada en dos años de Gobierno. Hay otros avances de los que menos se habla como el planteamiento del Plan Nacional de Desarrollo en relación con el ordenamiento territorial alrededor del agua, el cual nos muestra como un país moderno en ese aspecto, que mira al recurso hídrico como centro y fuente de desarrollo de los territorios y de las comunidades que deben adaptarse a los ciclos del agua. Eso, que parece obvio, nos tomó siglos concebirlo.
Asimismo, el Gobierno se ha puesto en la tarea de promover la agroecología y la agricultura familiar para alcanzar la soberanía alimentaria y combatir la pobreza rural a través del reconocimiento de las que se llaman “áreas de protección de alimentos”. Esto intenta evitar el cambio del uso del suelo para volver a una producción agropecuaria ecológicamente armónica y sostenible para las futuras generaciones, lo que implica más proyectos productivos, asistencia técnica y créditos agropecuarios en esas zonas. En últimas, es ponerle orden al campo en un país en el que el 70 % de los alimentos provienen de la agricultura familiar y comunitaria.
Sin embargo, existen otros buenos propósitos, como la regularización del mercado de carbono y la transición energética, que prospectan a Colombia como un mercado potencial para la inversión verde, pero a la hora de concretar avances urgentes en un país carbono-dependiente, vemos sólo anuncios, poca articulación entre las estrategias y, por lo tanto, incertidumbre por el reemplazo de los ingresos del sector energético. En últimas, falta lo más importante de todo, porque sin plata pocos recursos habrá para conservar, restaurar y transitar hacia una economía más verde. Mejor dicho, estamos verdes.
Da la impresión de que existen muchos anuncios en el intento de mostrarnos la potencia mundial de la vida, con una mirada de la sostenibilidad ambiental entintada en lo ideológico y concentrada más en la conservación que en el desarrollo, como si ambos conceptos no pudiesen caminar de la mano.
Para concretar la ruta de la transición, es urgente establecer prioridades, focalizar acciones y dejar de romantizar el discurso ambiental proponiéndonos como los salvadores del planeta. Estoy convencida de que el Gobierno, si deja los discursos y anuncios rimbombantes y muestra más logros reales, podría hacer del tema ambiental su indicador de cambio más importante, capaz de transformar, en verdad, la cara de Colombia.