El texto de esta columna se concentraba, inicialmente, en la falta de grandeza en la política colombiana, en particular en la oposición, por su incapacidad de distinguir entre la crítica legítima al gobierno y la defensa incondicional del país y sus instituciones. Señalaba que, frente al insulto de Donald Trump a Gustavo Petro —que en últimas equiparó a Colombia con un narcoestado—, el deber de la dirigencia política era cerrar filas en torno a la nación y no permitir que un agravio externo se confundiera con la refriega interna. Recordaba cómo en otras democracias, cuando un mandatario legítimo es atacado desde el exterior, las diferencias se suspenden para defender la dignidad del Estado. En Canadá, por ejemplo, todas las fuerzas políticas respaldaron al primer ministro Justin Trudeau cuando Trump lo insultó públicamente; en México, el Senado actuó de forma unánime para rechazar los calificativos del entonces presidente estadounidense; y en Corea del Sur, gobierno y oposición emitieron una resolución conjunta frente a las sanciones comerciales de Japón.
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Sigo creyendo que llamar “jefe del narcotráfico” a un presidente es una ofensa que trasciende al hombre y toca la dignidad del país. Esa acusación distorsiona la verdad y mancilla la institucionalidad colombiana. No rechazarla es una omisión ética y un error político. Oponerse al gobierno de Petro —nefasto, errático y polarizante— no implica alinearse con quien insulta la soberanía. La defensa de Colombia ante una descalificación externa debería ser un punto mínimo de encuentro.
Sin embargo, en la entrevista de Daniel Coronell al presidente Petro para Univisión, este se encargó de darle la razón a Trump y a la oposición. En lugar de aprovechar el espacio para mitigar los efectos de la más grave crisis diplomática que haya sorteado Colombia en los últimos tiempos, Petro renunció a la grandeza y eligió la evasiva. Su negativa a calificar de dictadura al régimen de Nicolás Maduro fue una claudicación moral que lo define. En medio de una crisis que compromete a la nación, demostró que su proyecto político es más personal que colectivo: confundió las fronteras de su ego con las del país y convirtió la entrevista en un espectáculo de locuacidad, amparado en teorías confusas que eluden gestos inequívocos en defensa del orden democrático.
La soberanía de un Estado parte de la manera como el pueblo la defiende, por encima de toda ideología y de cualquier interés partidista. No obstante, Petro llenó de argumentos a Trump y a la oposición y ratificó su alianza con Maduro, reduciendo la voz de Colombia al eco irrelevante de los delirios bolivarianos que comparte con el dictador.
Cuando el ejercicio de la política se despoja de grandeza, se convierte en una disputa mezquina por el poder. En política, la grandeza no es una pose táctica, sino una asunción de responsabilidad. Max Weber, uno de los fundadores de la sociología política moderna, recordaba que un político se convierte en estadista solo cuando logra hacer coincidir la convicción con la responsabilidad. El momento que vive Colombia refleja una crisis de grandeza. Será fundamental buscarla y exigirla a quienes se proponen hoy dirigir el país a partir de 2026.